La Libertad Creadora

jueves, diciembre 08, 2005

Discurso de Bauer en la Acad. de Ciencias del Ambiente

Continuacion del texto preparado por el Ing. Conrado Bauer, para la conferencia de incorporación como miembro de número a la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente.
DE LA ADAPTACION A LA NATURALEZA HACIA LA DESTRUCCION

En el deslumbramiento mágico de su incipiente conciencia humana nuestros primitivos antepasados debieron comprender su fragilidad y pequeñez frente a la grandiosidad de la Naturaleza.
Creados los hombres a imagen y semejanza de Dios, un Dios que reúne supremamente la trascendencia, la omnisciencia y la omnipotencia, fuente de toda razón y justicia como reza nuestra Constitución Nacional, la debilidad humana debía construir su supervivencia dentro de una Naturaleza contradictoria, ora acogedora y nutricia, ora hostil y destructiva, a la que debía entender y tratar de aplacar desplegando sus dotes del conocimiento liberador y del quehacer protector (para comer, vestirse y guarecerse) conciliando y potenciando la conjunción del homo sapiens con el homo faber, del incipiente germen de la ciencia con el incipiente germen de la técnica, complementando su razonamiento elemental con sus intuiciones y sentimientos y su voluntad superadora.
El hombre debió comprender que debía vivir en la Naturaleza, con la Naturaleza y de la Naturaleza, adaptándose a ella y respetándola.
En el proceso de la afirmación de nuestra especie en ese inconmensurable y prístino ámbito natural el ingenio humano comenzó a comprobar y ejercitar sus posibilidades para satisfacer el instinto y la capacidad de conservación, primero, y de expansión, luego, afirmado éste con potencia creciente y dominante luego de milenios de adaptación, hasta confirmar su señorío.
El ingenio y el azar -la ayuda de Dios quizá en muchos casos- proveyeron el albergue, el alimento natural (recolección, caza y pesca), el lenguaje, el fuego, las primeras armas y herramientas de hueso y piedra, los primeros utensilios de barro.
Nuestra especie comenzó a avanzar en la adaptación a su entorno, y aún a esbozar un tímido control con la domesticación de animales y su crianza como fuente de compañía, alimentación y energía substitutiva de la humana para transporte y producción. Muy posteriormente proseguiría con los agrupamientos y establecimientos humanos transitorios que, con el crecimiento de la población, luego de finalizada la última glaciación culminarían con el comienzo de la agricultura 10C:/Documents and Settings/server/Configuración local/Datos de programa/IM/Runtime/Message/{ABCA3A97-553F-4ACF-9C07-032D0DB5EE44}/Show\2b35411.jpg00 años AC, con los consecuentes asentamientos permanentes, las primeras aldeas y el nacimiento del lenguaje escrito. El control del agua y el despliegue de nuevas capacidades constructivas llevó al desarrollo de primitivas ciudades que culminaron con la emergencia de la civilización sumeria hacia 4000 AC, la invención de la rueda y de los vehículos terrestres y acuáticos y la utilización de metales.
Hasta allí, durante más de un millón de años desde el “homo erectus”, nuestra especie había estado subordinada a la Naturaleza, mantenida por ella mientras desplegaba sus posibilidades de autoprotección y crecimiento.
Con la agricultura y el desarrollo de concentraciones y equipamientos poblacionales, aparecieron también los números y la trasmisión más precisa de la información. El progreso cultural, el impulso de la técnica artesanal y nuevos inventos y habilidades consolidaron un intenso periodo de organización y expansión (China, India, Persia, la “Media Luna Fértil”, Egipto, Cartago, y los destellos fundacionales de Grecia y Roma) hasta llegar a la reconstrucción de Europa por el cristianismo luego de las invasiones bárbaras. Este proceso culminaría con los grandes inventos, descubrimientos y transformaciones de los siglos XV y XVI (Gutenberg, Colón, Copérnico, Leonardo da Vinci) y el nacimiento de la ciencia experimental moderna (Galileo, Descartes) en el Siglo XVII, con la incipiente superación de la artesanía y la creación de máquinas precursoras de la futura revolución industrial que eclosionaría en los Siglos XVIII y XIX.
Hasta la industrialización los principales deterioros del ambiente natural podrían circunscribirse a la destrucción de los bosques de Líbano, que proveyeron madera para edificios y navíos a las primeras civilizaciones de su entorno, o el posible decaimiento de la cultura maya por la pérdida de fertilidad de los suelos sobre-explotados para la provisión de alimentos.
Sin embargo al propagarse la revolución industrial el afán de los seres humanos para dominar y explotar la Naturaleza se expandió triunfalmente y el deterioro ambiental comenzó a producirse de manera peligrosa e inadvertida (o aceptada como una consecuencia inevitable del “progreso”).
Este proceso se aceleró en los siglos XVIII y XIX y adquirió características planetarias en el siglo XX.
Fue entonces, en las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, al difundirse la tecnología de propulsión de vehículos espaciales y la aplicación de nuevos y muy precisos sistemas de observación y medición, cuando apareció todo el registro de imágenes y datos numéricos que denunciaban el deterioro de la atmósfera, de los mares y de los recursos hídricos terrestres, las pérdidas de bosques y la desertificación creciente, junto con la reducción de la diversidad biológica.
En esas décadas de los años ´50 y ´60, a la comprobación del deterioro de los recursos planetarios renovables y la preocupación por el posible agotamiento de los no renovables (Club de Roma, informe MIT), se sumó el rápido y aparentemente incontenible crecimiento de la población, la guerra fría con su amenaza atómica, la enorme producción de armamentos y la alarmante acumulación de residuos, junto con la contaminación de aguas superficiales y subterráneas, y la eclosión de episodios de pérdidas de vidas humanas por desastres, impericia o inescrupulosidad en el manejo de nuevas tecnologías (tragedias químicas, vertido o acumulación de efluentes peligrosos líquidos o gaseosos, pérdidas radiactivas, etc.). Todo ello desencadenó un proceso colectivo de zozobra y honda preocupación por el futuro de la civilización humana. Se discutió asimismo el peligro de quebrar el equilibrio homeostásico y la capacidad de nuestro planeta para absorber los cambios y las demandas en aumento, y se temió no poder mantener indefinidamente una población cuyo crecimiento parecía ilimitado, y cuyas agresiones al planeta (el oikos, la casa), se acumulaban desafiando la robustez de los ciclos naturales y la transformación dinámica de los ecosistemas que sostienen la continuidad de la vida, su evolución, y su producción vegetal y animal.
Este panorama fuertemente amenazador determinó reacciones generalizadas en contra de los avances descontrolados de la ciencia y la tecnología y en defensa de la protección del medio ambiente, particularmente de la Naturaleza agredida por el hombre. Con el transcurrir de los siglos posteriores al comienzo de la agricultura la especie humana había pasado de milenios de lenta adaptación, totalmente subordinada a la Naturaleza, a un proceso de rápida aceleración de su dominio sobre la Naturaleza que amenazaba transformar la explotación en destrucción.

La falsa disyuntiva: protección ambiental o desarrollo depredador

La preocupación por el extremo deterioro de la Naturaleza y sus acechanzas, alarmantes para la subsistencia humana, alcanzó su clímax durante los años ´60 del siglo XX.
Pese al enorme y beneficioso avance material y social impulsado por el desarrollo científico y técnico de la modernidad, el impacto combinado de los intimidantes recuerdos de dos atroces guerras mundiales, sus genocidios raciales y los bombardeos masivos con armas convencionales y atómicas sobre poblaciones civiles indefensas, y las comprobaciones sobre el generalizado desastre ambiental, plantearon fuertes dudas sobre la índole real de la naturaleza humana. Se cuestionaron los beneficios del progreso, las convicciones del positivismo decimonónico, y las bondades y supuestos aciertos de las aplicaciones del racionalismo cartesiano que había impulsado durante tres siglos la transformación de las costumbres y las perspectivas de la vida civilizada. Se sembraron así las simientes que décadas después darían paso al posmodernismo y su replanteo filosófico y axiológico.
El cuestionamiento al desarrollo identificado como depredador creció hasta el extremo que muchos, al par que reclamaron una enérgica acción de protección ambiental propusieron lisa y llanamente la paralización del desarrollo. Sin embargo hubieron otras voces que no abjuraron de la confianza en la condición humana, como las de la encíclica Populorum Progressio del Papa Paulo VI, que al promediar los años sesenta había afirmado que “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, abogando por un proceso que desplegara todas las condiciones positivas de los seres humanos y que alcanzara a “todo el hombre y a todos los hombres”.
El clamor mundialmente generalizado para reclamar el cuidado del ambiente condujo, al finalizar los sesenta, a que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) convocara una conferencia internacional a realizarse en Estocolmo en 1972 para tratar el tema del entorno humano o medio ambiente y definir la actitud a adoptar por la comunidad de las naciones.


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