Giuseppe Mazzini (1805 1872) por Dante Ruscica
Giuseppe Mazzini (1805-1872)
El profeta de la causa republicana
En el bicentenario del prócer, que luchó incansablemente por la unidad de Italia, sus ideas cobran singular relieve.
En Italia, especialmente por iniciativa de la ciudad de Génova, se suceden este año distintos actos en ocasión del bicentenario del nacimiento de Giuseppe Mazzini, nacido en Génova el 22 de junio de 1805 y fallecido en Pisa el 10 de marzo de 1872. Su figura y su obra son recordadas también en la Argentina con homenajes organizados por el Instituto Italiano de Cultura, la Sociedad Dante Alighieri y otras instituciones. Durante la última Feria del Libro se destacó el debate sobre el perfil histórico del prócer, promovido por el mencionado Instituto de Cultura con la participación de estudiosos de la Argentina y de Italia.
Mazzini es un prócer cuyo pensamiento y cuya actuación, en afortunada y no común simbiosis, han tenido -más allá de su preponderante presencia en la historia de la unidad de Italia- resonancias de tono universal, por las obras que ha dejado y por su acción, no sólo como patriota sino también como profeta de la solidaridad internacional, y sobre todo, por el ejemplo de extraordinaria coherencia entre su prédica política y su vida.
En todas las ciudades de Italia hay calles y plazas con su nombre. En Buenos Aires hay también un monumento dedicado a Giuseppe Mazzini, ubicado en la Plaza Roma de Alem y Tucumán, a un paso de la sede de este diario. Giovanni Spadolini -literato, historiador y político, que visitó la Argentina en 1985 como ministro de defensa de Italia- se sorprendió mucho por la fecha del monumento: 1878. "Increíble -exclamó-. En esa época, a sólo seis años de la muerte de Mazzini, nadie en aquella Italia monárquica pensaba en dedicarle un monumento."
Lo hicieron aquí los residentes italianos que habían seguido y secundado desde la Argentina los ideales mazzinianos. El ministro Spadolini tenía sin dudas sus buenas razones para extrañarse por la existencia del monumento: en realidad Mazzini, que luchó sin pausa por la unificación italiana y dedicó la vida entera a esta causa, cuando el proceso se cumplió (en 1861) no pudo festejarlo. Y no recibió el agradecimiento de nadie. Al contrario, tuvo que dejar la patria y buscar refugio en el exterior. La unificación, en efecto, se hizo en contra de algunas de las ideas por él tan largamente predicadas: había soñado siempre un estado republicano e Italia se unificó bajo la monarquía de los Saboya, que gobernaban el Piamonte. Para la república habría que esperar hasta el referéndum popular de 1946, casi un siglo después?
No faltó entonces entre los italianos quien afirmara que era mejor así: "La monarquía nos une, se decía, mientras que la república nos divide". Quizá fue un bien: en definitiva, a distancia de un siglo y medio, el camino cumplido por la nación italiana unificada, entre experiencias positivas e inevitables tumbos, no parece arrojar un balance tan negativo, ni en la primera época, como monarquía, ni -mucho menos- a partir de la república democrática de 1946. Pero no hay dudas de que para Mazzini fue un trago amargo la conclusión del proceso de unidad nacional bajo el escudo monárquico.
Romántico y generoso, como su época requería, Giuseppe Mazzini había emprendido muy joven la gran aventura de una acción que no tendría pausa prácticamente hasta su muerte. Predicó con religiosa vocación y profunda convicción por una Italia "libre, unida, independiente y republicana": una nación que, en su visión, debía surgir de la conjunción de principios que postulaban a Dios y al Pueblo -el binomio indivisible de su filosofia- como inspiradores y hacedores indispensables. Y son estos principios los que dan a Mazzini y a su pensamiento un perfil moral que va mucho más allá de la perspectiva política.
Filósofo de la unidad italiana, Mazzini supo ser también hombre de acción en la política operativa, aunque sin mucha fortuna. Su destino fue el sufrimiento constante y la decepción recurrente. Sus ideas y sus propuestas superaban en mucho los tiempos y las contingencias italianas e internacionales de la compleja época en que le tocó actuar.
La causa de la "redención italiana" venía de lejos. Historia, literatura, filosofía, poesía enriquecieron sus anales. La invocación fue constante, de siglo en siglo. Dante, Petrarca, Machiavelli y muchos más le dedicaron acentos adustos, románticos, dulces y amargos, pero la realidad era siempre más fuerte y más adversa. Papas, emperadores se elegían, se peleaban, se unían, se sucedían como las cuatro estaciones y todos tenían algo que decir sobre Italia, siempre presente en sus preocupaciones: Italia "sede del valor vero e della vera fede", Italia jardín de Europa, Italia sede eterna del papado, Italia mera -aunque deliciosa- expresión geográfica? pero Italia nación, Italia-estado unificado de los Alpes para abajo era una idea que no cuajaba.
Al contrario, Mazzini -que llevó el duelo de tantas decepciones casi dibujado en su semblante constantemente triste- creyó siempre en la posibilidad de la unificación y cuando, muy joven, sintió traicionado su sueño por el comportamiento del rey Carlos Alberto (1831), emprendió -en Italia y en Europa- la que hoy se llamaría una gran campaña de difusión, de contactos operativos, de conspiraciones a través de "asociaciones carbonaras", a través de estructuras como Joven Italia y Joven Europa. No se rindió nunca a pesar de persecuciones, humillaciones, cárcel y destierro. No aflojó nunca. Lo premió mucho la adhesión y el entusiasmo con que tantos patriotas, entre ellos Giuseppe Garibaldi, siguieron sus ideales pero vivió una crisis muy dura frente a los dolores de los demás, frente al sufrimiento de tantos jóvenes que sacrificaban sus vidas por la causa que él postulaba. Sin embargo, Mazzini nunca dudó del triunfo final del pueblo, "educado y formado en el culto del patriotismo".
De Mazzini queda una vasta producción literaria hecha de escritos filosóficos, crítica, periodismo, documentos políticos y de una importante actividad epistolar. La obra que mejor representa sus instancias morales es sin duda la relativa a "los deberes del hombre".
Los deberes, nótese. Porque toda la prédica de Mazzini y su vida entera se caracterizan justamente por el culto de los deberes. La unidad de Italia en su visión no podía derivar de una acción colectiva: debía ser obra de las convicciones y los aportes del individuo formado y educado en cierta manera. Por todo ello, quizás no resulte fácil desde determinadas corrientes y prácticas políticas del mundo actual la interpretación de su pensamiento, opuesto a toda idea demagógica, a todo fanatismo fundado en el reclamo de derechos. El hablaba fundamentalmente de deberes. En su pensamiento no encuadran ni el marxismo ni las teorías económicas más exacerbadas. Hablaba de solidaridad y actuó -en Italia y en el exterior- a favor de movimientos cooperativos y de la organización del mundo del trabajo.
Pero su pasión y su actuación fueron absorbidos esencialmente por la lucha de largas décadas en pos de la unidad de Italia, que le impuso infinitos sacrificios y lo transformó, entre tantos embates, en un ser siempre preocupado y triste.
En sus escritos, sin embargo, no faltan palabras y expresiones dulces, afectuosas: según sus biógrafos más atentos se las reservó, con tono devoto, especialmente a la madre, Maria Drago, a cuya influencia se atribuye su formación severa y rigurosa y que, desde su hogar genovés, siguió y compartió las actividades y las penas del hijo. Todas las cartas de Mazzini a la madre, desde la cárcel, desde el exilio, concluyen con un "Vi mando l´anima" (Le mando el alma) antes de la firma: expresión que vale -con tantas otras- para darnos un perfil más humano, si cabe, de la figura severa y romántica de este protagonista del Risorgimento italiano.
Por Dante Ruscica
Para LA NACION -- Buenos Aires, 2005