La Libertad Creadora

domingo, octubre 23, 2005

Giuseppe Mazzini (1805 1872) por Dante Ruscica

Giuseppe Mazzini (1805-1872)
El profeta de la causa republicana
En el bicentenario del prócer, que luchó incansablemente por la unidad de Italia, sus ideas cobran singular relieve.

En Italia, especialmente por iniciativa de la ciudad de Génova, se suceden este año distintos actos en ocasión del bicentenario del nacimiento de Giuseppe Mazzini, nacido en Génova el 22 de junio de 1805 y fallecido en Pisa el 10 de marzo de 1872. Su figura y su obra son recordadas también en la Argentina con homenajes organizados por el Instituto Italiano de Cultura, la Sociedad Dante Alighieri y otras instituciones. Durante la última Feria del Libro se destacó el debate sobre el perfil histórico del prócer, promovido por el mencionado Instituto de Cultura con la participación de estudiosos de la Argentina y de Italia.

Mazzini es un prócer cuyo pensamiento y cuya actuación, en afortunada y no común simbiosis, han tenido -más allá de su preponderante presencia en la historia de la unidad de Italia- resonancias de tono universal, por las obras que ha dejado y por su acción, no sólo como patriota sino también como profeta de la solidaridad internacional, y sobre todo, por el ejemplo de extraordinaria coherencia entre su prédica política y su vida.

En todas las ciudades de Italia hay calles y plazas con su nombre. En Buenos Aires hay también un monumento dedicado a Giuseppe Mazzini, ubicado en la Plaza Roma de Alem y Tucumán, a un paso de la sede de este diario. Giovanni Spadolini -literato, historiador y político, que visitó la Argentina en 1985 como ministro de defensa de Italia- se sorprendió mucho por la fecha del monumento: 1878. "Increíble -exclamó-. En esa época, a sólo seis años de la muerte de Mazzini, nadie en aquella Italia monárquica pensaba en dedicarle un monumento."

Lo hicieron aquí los residentes italianos que habían seguido y secundado desde la Argentina los ideales mazzinianos. El ministro Spadolini tenía sin dudas sus buenas razones para extrañarse por la existencia del monumento: en realidad Mazzini, que luchó sin pausa por la unificación italiana y dedicó la vida entera a esta causa, cuando el proceso se cumplió (en 1861) no pudo festejarlo. Y no recibió el agradecimiento de nadie. Al contrario, tuvo que dejar la patria y buscar refugio en el exterior. La unificación, en efecto, se hizo en contra de algunas de las ideas por él tan largamente predicadas: había soñado siempre un estado republicano e Italia se unificó bajo la monarquía de los Saboya, que gobernaban el Piamonte. Para la república habría que esperar hasta el referéndum popular de 1946, casi un siglo después?

No faltó entonces entre los italianos quien afirmara que era mejor así: "La monarquía nos une, se decía, mientras que la república nos divide". Quizá fue un bien: en definitiva, a distancia de un siglo y medio, el camino cumplido por la nación italiana unificada, entre experiencias positivas e inevitables tumbos, no parece arrojar un balance tan negativo, ni en la primera época, como monarquía, ni -mucho menos- a partir de la república democrática de 1946. Pero no hay dudas de que para Mazzini fue un trago amargo la conclusión del proceso de unidad nacional bajo el escudo monárquico.

Romántico y generoso, como su época requería, Giuseppe Mazzini había emprendido muy joven la gran aventura de una acción que no tendría pausa prácticamente hasta su muerte. Predicó con religiosa vocación y profunda convicción por una Italia "libre, unida, independiente y republicana": una nación que, en su visión, debía surgir de la conjunción de principios que postulaban a Dios y al Pueblo -el binomio indivisible de su filosofia- como inspiradores y hacedores indispensables. Y son estos principios los que dan a Mazzini y a su pensamiento un perfil moral que va mucho más allá de la perspectiva política.

Filósofo de la unidad italiana, Mazzini supo ser también hombre de acción en la política operativa, aunque sin mucha fortuna. Su destino fue el sufrimiento constante y la decepción recurrente. Sus ideas y sus propuestas superaban en mucho los tiempos y las contingencias italianas e internacionales de la compleja época en que le tocó actuar.

La causa de la "redención italiana" venía de lejos. Historia, literatura, filosofía, poesía enriquecieron sus anales. La invocación fue constante, de siglo en siglo. Dante, Petrarca, Machiavelli y muchos más le dedicaron acentos adustos, románticos, dulces y amargos, pero la realidad era siempre más fuerte y más adversa. Papas, emperadores se elegían, se peleaban, se unían, se sucedían como las cuatro estaciones y todos tenían algo que decir sobre Italia, siempre presente en sus preocupaciones: Italia "sede del valor vero e della vera fede", Italia jardín de Europa, Italia sede eterna del papado, Italia mera -aunque deliciosa- expresión geográfica? pero Italia nación, Italia-estado unificado de los Alpes para abajo era una idea que no cuajaba.

Al contrario, Mazzini -que llevó el duelo de tantas decepciones casi dibujado en su semblante constantemente triste- creyó siempre en la posibilidad de la unificación y cuando, muy joven, sintió traicionado su sueño por el comportamiento del rey Carlos Alberto (1831), emprendió -en Italia y en Europa- la que hoy se llamaría una gran campaña de difusión, de contactos operativos, de conspiraciones a través de "asociaciones carbonaras", a través de estructuras como Joven Italia y Joven Europa. No se rindió nunca a pesar de persecuciones, humillaciones, cárcel y destierro. No aflojó nunca. Lo premió mucho la adhesión y el entusiasmo con que tantos patriotas, entre ellos Giuseppe Garibaldi, siguieron sus ideales pero vivió una crisis muy dura frente a los dolores de los demás, frente al sufrimiento de tantos jóvenes que sacrificaban sus vidas por la causa que él postulaba. Sin embargo, Mazzini nunca dudó del triunfo final del pueblo, "educado y formado en el culto del patriotismo".

De Mazzini queda una vasta producción literaria hecha de escritos filosóficos, crítica, periodismo, documentos políticos y de una importante actividad epistolar. La obra que mejor representa sus instancias morales es sin duda la relativa a "los deberes del hombre".

Los deberes, nótese. Porque toda la prédica de Mazzini y su vida entera se caracterizan justamente por el culto de los deberes. La unidad de Italia en su visión no podía derivar de una acción colectiva: debía ser obra de las convicciones y los aportes del individuo formado y educado en cierta manera. Por todo ello, quizás no resulte fácil desde determinadas corrientes y prácticas políticas del mundo actual la interpretación de su pensamiento, opuesto a toda idea demagógica, a todo fanatismo fundado en el reclamo de derechos. El hablaba fundamentalmente de deberes. En su pensamiento no encuadran ni el marxismo ni las teorías económicas más exacerbadas. Hablaba de solidaridad y actuó -en Italia y en el exterior- a favor de movimientos cooperativos y de la organización del mundo del trabajo.

Pero su pasión y su actuación fueron absorbidos esencialmente por la lucha de largas décadas en pos de la unidad de Italia, que le impuso infinitos sacrificios y lo transformó, entre tantos embates, en un ser siempre preocupado y triste.

En sus escritos, sin embargo, no faltan palabras y expresiones dulces, afectuosas: según sus biógrafos más atentos se las reservó, con tono devoto, especialmente a la madre, Maria Drago, a cuya influencia se atribuye su formación severa y rigurosa y que, desde su hogar genovés, siguió y compartió las actividades y las penas del hijo. Todas las cartas de Mazzini a la madre, desde la cárcel, desde el exilio, concluyen con un "Vi mando l´anima" (Le mando el alma) antes de la firma: expresión que vale -con tantas otras- para darnos un perfil más humano, si cabe, de la figura severa y romántica de este protagonista del Risorgimento italiano.

Por Dante Ruscica
Para LA NACION -- Buenos Aires, 2005

sábado, octubre 22, 2005

La violacion del atomo, según Dozo Moreno

La violación del átomo
Por Sebastián Dozo Moreno
Para LA NACION



En 2008, la central nuclear de Chernobyl será cubierta con un "sarcófago" de 20.000 toneladas para aislar las 200 toneladas de uranio que aún tendrán radiación durante centenares de años. El sarcófago, de 100 metros de alto y 12 de espesor, será trasladado hasta la central mediante raíles y se convertirá en la mayor estructura portátil jamás construida. En su interior, bien podría reproducirse el texto de la tablilla que encontró Howard Carter al atravesar la puerta sellada de la tumba de Tutankamón: "La muerte batirá sus alas sobre aquel que interrumpa el sueño del faraón". Y, en este caso, al tratarse de una "momia" radiactiva, la advertencia concerniría a todos los hombres, y no sólo a un puñado de profanadores.

El anuncio del sarcófago de Chernobyl, coincidente con el 60° aniversario de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki por el poder de la bomba atómica, mueve a la reflexión. Sobre todo en un momento en el que la amenaza atómica vuelve a inquietar a la humanidad, tanto por el incremento del terrorismo en el mundo, los proyectos nucleares de Irán y Corea del Norte y la cantidad de países que ya poseen la bomba, como por el reciente documento del Pentágono conocido como Doctrina para Operaciones Nucleares Conjuntas, en el que el Estado Mayor Conjunto norteamericano propone el uso de armas nucleares en sus futuros ataques preventivos.

¿Adónde conducirán estos delirios de poder?, se pregunta la humanidad pacífica y sensata. ¿Quién será el primero en abrir la caja de Pandora nuclear, que causará en el mundo la peor destrucción jamás conocida por el hombre? ¿Quedará alguien para cerrarla, luego de que se desate semejante caos? Nadie puede responder con certeza a estos interrogantes, pero sí a una pregunta simple y esencial, cuya respuesta puede contribuir a evitar la gran catástrofe: ¿cómo llegó el hombre al peligro de la autoaniquilación?

Se dirá que todo comenzó con el Proyecto Manhattan, cuando un grupo de científicos liderado por Robert Oppenheimer logró la fisión (rotura) del átomo de plutonio, en 1945. A las 5.29 de la mañana, el 16 de julio de ese año fatídico se detonó la primera bomba nuclear en un punto del desierto de Nuevo México, cuyo nombre no quisiéramos recordar (Alamo Gordo). Los que presenciaron el fenómeno desde un búnker pudieron ver cómo la explosión era precedida por una luz cegadora que iluminaba el desierto y luego se hinchaba en el cielo un hongo gigantesco de color naranja coronado por una esfera de fuego. Oppenheimer, con el rostro iluminado por el fenómeno, repitió como un autómata un verso del "Bhagavad-Gita", antiguo libro hindú: "Soy la muerte que todo lo consume. El verdadero destructor de mundos". Palabras que muchos interpretaron como una toma de conciencia del científico en ese instante crucial, pero que -a juzgar por su adhesión al uso de la bomba, incluso después de esa prueba en el desierto- no pudieron brotarle más que de un macabro regocijo de poder.

¿Pero comenzó realmente la Era Atómica ese día de 1945? Científicamente hablando, sí, pero desde un punto de vista más amplio y filosófico, la respuesta es no. Y no por recordar a los atomistas griegos de la antigüedad, sino por lo que implica la expresión Era Atómica; a saber: la utilización abusiva de las fuerzas de la naturaleza por parte del hombre en contra del hombre.

"Es una bomba atómica. Es la utilización del poder básico del universo. La fuerza con la cual el sol toma su poder", explicó con orgullo el presidente Harry Truman al pueblo norteamericano en un mensaje radial luego de haber sido destruidas las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, con un saldo de 250.000 muertos. Ahora bien, ¿en qué momento el hombre le perdió el respeto a la naturaleza y vio en ella un medio para acrecentar su poder destructivo? En otras palabras, ¿cuándo el científico pasó de sabio a déspota, de mago a manipulador, de benefactor de la humanidad a verdugo? Que es igual que decir, ¿desde cuándo el hombre acecha al átomo con intención ruin, acaso sin saberlo?

Muchas son las respuestas posibles, ya sea que se considere la desacralización de la naturaleza en el Renacimiento, el racionalismo ilustrado de los siglos XVII y XVIII o el surgimiento en Occidente de una tecnocracia feroz que no admite otro parámetro de acción que el que dicta la humana (demasiado humana) voluntad de poder: "Si se puede ir más allá, ¿por qué habríamos de detenernos?", arguyen los científicos y técnicos modernos, sin advertir que su argumento es el mismo que el del tirano, el progenitor despótico, el ciudadano corrupto y el de cualquier persona que haga uso abusivo del poder que ejerza, cuando en realidad "poder hacer" no significa "derecho a hacer", sino "deber de hacer uso prudente del poder recibido" (entre manipular genes o personas hay una diferencia de grado, pero la actitud puede ser la misma).

Sea donde fuere que se ubiquen las causas de la moderna relación contranatural del hombre con la naturaleza, un hecho es cierto: en algún momento de la historia de Occidente hubo una crisis en la conciencia del hombre que alteró el modo en que éste había concebido a la naturaleza durante milenios, y fue esa crisis la que culminó en la fisión del átomo en el siglo XX, que hoy pone a la humanidad en riesgo de extinción.

De ser considerada como algo admirable, fruto de una creación divina, es decir, dotada de una dignidad propia, la naturaleza pasó a convertirse en un instrumento del progreso y la satisfacción humanos. De ser algo vital pasó a ser algo meramente material. De ser madre del hombre pasó a ser su concubina y esclava.

Fue así que el científico, otrora sabio, buscador de la piedra filosofal o "verdad", guardián celoso de los secretos de la naturaleza que no debían ser ultrajados, se convirtió en violador y conspirador. De alquimista, es decir, prestidigitador de los cuatro elementos, pero respetuoso de las fuerzas esenciales que animan la materia, se convirtió en arribista y manipulador. De amigo de los hombres en asesino de niños y palomas. De sanador en clonador. De filósofo en profanador. De artista en el "destructor de mundos". Y así como en Tebas -según el mito- se desató una peste cuando Edipo tuvo relaciones ilícitas con su propia madre, en el mundo se desató la "lepra atómica" cuando el científico ultrajó el seno de su madre naturaleza y la preñó de muerte y devastación, vergüenza e iniquidad. Pero Oppenheimer, a diferencia de Edipo, no se arrancó los ojos después del acto aberrante, sino que él y sus cómplices se felicitaron, borrachos de sangre y de gloria mundana. Mientras que el mundo, atónito, sí los condenó, pero no llegó a ver que la bomba atómica era el resultado lógico de un largo proceso de degradación de la cultura occidental durante el cual el hombre dejó de concebir al universo como "creación", y de verse a sí mismo como creatura, es decir, como partícipe y guardián de la vida y no como dueño de ella; como portador del conocimiento adquirido, y no como propietario y explotador del mismo según su parecer y antojo.

Y henos aquí, ahora, en un punto decisivo de la historia, con el deber de afrontar y resolver el gran dilema de nuestra cultura, que es emparejar el progreso científico-técnico y el espiritual, sometiendo la ciencia a los dictámenes de la conciencia y reelaborando las nociones de poder, naturaleza y conocimiento a la luz de una nueva concepción del hombre y del mundo, que en el caso de Occidente significa: recuperar la espiritualidad perdida durante el necesario proceso de secularización que emancipó al hombre del poder temporal de la religión y, así, inaugurar un período de madurez sin precedente, en el que las personas puedan volver a concebir al universo religiosamente, libres ya de las intolerancias y moralismos propios del "viejo orden".

Entonces, quizás, en la conquista de esa madurez, el científico vuelva a estar a la altura de su misión civilizadora, Occidente suplante la energía atómica por una energía más limpia (que no genere residuos radiactivos ni pueda ser convertida en arma de destrucción masiva) y en el interior del sarcófago de Chernobyl, y en todo lugar en donde haya habido una central atómica, se reproduzca la advertencia de la tablilla egipcia antes citada, pero con una leve modificación: "La muerte batirá sus alas sobre la humanidad, si ésta osa profanar el seno del átomo".

Fotos
La planta nuclear de Chernobyl, en Ucrania, que estalló el 26 de abril de 1986, en una foto tomada durante la realización de las reparaciones
Foto: Archivo / AFP






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viernes, octubre 21, 2005

Qué nos enseña todavía el comunismo, según Vaclav Havet

Qué nos enseña todavía el comunismo
Por Vaclav Havel
Para LA NACION de Buenos Aires
( publicado el 17 de noviembre de 2004)





El decimoquinto aniversario de la Revolución de Terciopelo, aquella que el 17 de noviembre de 1989 puso fin a cuarenta y un años de dictadura comunista en Checoslovaquia, es una oportunidad para analizar el significado de la conducta moral y la libertad de acción.

Hoy vivimos en una sociedad democrática, pero muchos -y no sólo en la República Checa- todavía creen que no son verdaderamente dueños de su destino. Han dejado de considerarse capaces de influir de manera efectiva en los acontecimientos políticos y menos aún en el rumbo que está tomando nuestra civilización.

En la era comunista, la mayoría de la gente pensaba que los esfuerzos individuales por realizar cambios no tenían sentido. Los gobernantes comunistas insistían en que el sistema era el producto de las leyes objetivas de la historia. Esas leyes eran incontrovertibles, y quienes rechazaban esta lógica eran castigados, por si acaso.

Por desgracia, la mentalidad que sostuvo las dictaduras comunistas no ha desaparecido del todo. Algunos políticos y expertos afirman que el comunismo simplemente colapsó bajo su propio peso, y también lo atribuyen a las "leyes objetivas" de la historia. Una vez más, se menosprecian la responsabilidad y las acciones individuales. Nos dicen que el comunismo fue tan sólo uno de los callejones sin salida del racionalismo occidental. Por tanto, bastaba con esperar a que fracasara.

A menudo, esas mismas personas creen en otras manifestaciones de lo inevitable: por ejemplo, en supuestas leyes del mercado y otras "manos invisibles" que dirigen nuestra vida. Ese modo de pensar deja poco margen a la acción moral individual; suele ridiculizar las críticas sociales, tildándolas de elitistas o de moralistas e ingenuas.

Quizá sea ésta una de las razones por las que, a quince años de la caída del comunismo, hemos recaído en la apatía política. Cada vez más, la democracia es vista como un mero ritual. Se diría que, en cierto sentido, las sociedades occidentales en general viven una crisis del carácter democrático y del ejercicio activo de la ciudadanía.

Tal vez asistamos a un simple cambio de paradigma, para nada inquietante, provocado por las nuevas tecnologías. Empero, el problema podría ser más profundo: las corporaciones globales, los carteles mediáticos y las burocracias poderosas están convirtiendo a los partidos políticos en organizaciones cuya tarea principal ya no es servir al público, sino proteger determinados intereses y clientelas. La política se va transformando en un campo de batalla entre lobbistas. Los medios trivializan los problemas graves. Con frecuencia, la democracia parece un juego virtual para consumidores, en vez de un trabajo en serio para ciudadanos serios.

Cuando soñábamos con un futuro democrático, los disidentes teníamos, por cierto, algunas ilusiones utópicas. Hoy somos muy conscientes de ello. Pero no nos equivocábamos al argüir que el comunismo era algo más que un callejón sin salida del racionalismo occidental. El sistema comunista "perfeccionó" al máximo la burocratización, el manipuleo anónimo y el énfasis en el conformismo masivo. Sin embargo, algunas de esas amenazas están otra vez entre nosotros.

Entonces ya sabíamos con certeza que una democracia vacía de valores, reducida a una competencia entre partidos políticos que tienen soluciones "garantizadas" para todo, puede ser muy poco democrática. Por eso ponemos tanto énfasis en la dimensión moral de la política y en una sociedad civil vibrante como contrapesos a los partidos políticos y las instituciones estatales.

También soñábamos con un orden internacional más justo. El fin del mundo bipolar fue una gran oportunidad para humanizarlo más. En lugar de eso, presenciamos un proceso de globalización económica que se ha desbocado políticamente y, por lo mismo, está ocasionando un caos económico y arruinando la ecología en muchas partes del mundo.

La caída del comunismo fue una ocasión para crear instituciones políticas mundiales más eficaces, basadas en principios democráticos y capaces de poner fin a algo que, en su forma actual, sería la tendencia autodestructiva de nuestro mundo industrial. Si no queremos ser arrollados por fuerzas anónimas, debemos poner en marcha en el mundo entero los principios de libertad, igualdad y solidaridad, bases de la estabilidad y prosperidad en las democracias occidentales.

Pero, por sobre todo, no hay que perder la fe en el significado de los centros alternativos del pensamiento y la acción cívica. Esta necesidad es tan urgente hoy como lo fue bajo el comunismo. No nos dejemos convencer de que es absurdo intentar cambiar el orden "establecido" y las leyes "objetivas". Tratemos de construir una sociedad civil global. Insistamos en que la política no es una mera tecnología del poder y necesita tener una dimensión moral.

Al mismo tiempo, en los países democráticos, los políticos deben pensar seriamente en reformar las instituciones internacionales, de modo tal que sean capaces de gobernar de veras el mundo. Lo necesitamos desesperadamente. Podríamos empezar por la ONU. Hoy es una reliquia de la posguerra de 1945. No refleja el influjo de algunas nuevas potencias regionales. De una manera inmoral, iguala países que han elegido a sus representantes en forma democrática con otros cuyos representantes sólo hablan de por sí o, en el mejor de los casos, en nombre de sus juntas.

Nosotros, los europeos, tenemos una tarea específica. La civilización industrial, que hoy abarca el mundo entero, nació en Europa. Podemos decir que todos sus milagros, todas sus contradicciones aterradoras, son consecuencias de una mentalidad inicialmente europea. Por consiguiente, la unificación de Europa debería servir de ejemplo al resto del mundo respecto de cómo encarar los diversos peligros y horrores que hoy nos inundan.

Al llevar a cabo esa tarea, íntimamente ligada al éxito de su integración, los europeos harían realidad -y de un modo auténtico- su sentido de responsabilidad global. Sería una estrategia mucho mejor que el recurso barato de achacar a Estados Unidos los distintos problemas del mundo contemporáneo.

Vaclav Havel ha sido presidente de la República Checa
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)

De Mao a Confucio según Abel Posse

Abel Posse
Para LA NACION de Buenos Aires
11 de noviembre de 2004



Retorno de Pekín, adonde viajé invitado por el Foro de Pekín-2004, una reunión de cuatrocientos intelectuales de todo el mundo. China quiere dejar de ser el país velado, lejano, exótico, también en lo ideológico. Se programó una serie de encuentros y se lanzó una vasta campaña periodística y editorial en apoyo de una mayor compresión entre Oriente y Occidente, sobre la base del constructivo lema “Armonía y prosperidad entre Oriente y Occidente”. China quiere dejar en claro que toda represión del pensamiento político-cultural es cosa del pasado. Creo que ante el acuerdo estratégico de nuestro país con China conviene ir conociendo las iniciativas de apertura ideológica, como las aparecidas en el Foro de Pekín.

Uno de los temas centrales del futuro inmediato es éste: ¿cómo responderá ideológicamente China al impacto de su éxito financiero, al indudable triunfo de las formas capitalistas en los centros vitales de su territorio? ¿Podrá el Partido Comunista, sólidamente implantado y al comando del tercer poder militar del planeta, armonizar la ideología con la nueva realidad? (Realidad que segrega en los jóvenes una cultura y costumbres diferentes de las programadas por el socialismo de Estado todavía vigente y fuente de toda solidez política.)

Deng Xiao Ping fundó una época nueva. Llevó a China a un crecimiento inédito que, probablemente, dentro de veinte años la ubicará por encima de Estados Unidos. La ocurrencia de Deng fue “un país, dos sistemas”. Pero el problema cultural e ideológico quedó en suspenso, sin una síntesis que alivie a la actual China de la contradicción filosófica. ¿Es posible decir “Un país, dos culturas” antagónicas?

Tal vez por eso el reciente Foro de Pekín tuvo por centro, entre tantas disciplinas, e inusualmente, a la filosofía, quizá para demostrar que la ortodoxia marxista está lejos de ser obligatoria en la China de los intelectuales de hoy.

Con solemnidad, el foro fue inaugurado por Qian Qichen, ex canciller, conocido por los argentinos. El fue vicepremier del Consejo de Estado, una prestigiosa figura cuya actuación unía el pasado maoísta con el reformismo de Deng Xiao Ping, quien en los días de esta reunión hubiese cumplido cien años. Este hecho motivó una evocación nacional, que ubicó a Deng en el panteón de héroes, junto con Sun Yat Sen y con el mismo Mao.

Después de las palabras de Qian Qichen, un pensador, economista y premio Nobel, el norteamericano Douglass North, expuso sobre la objetividad de la economía y la necesidad de ubicar las determinaciones “genéticas y culturales” para superar las relaciones económicas más allá de los límites de toda tradición.

Pero la sorpresa fueron las conferencias de los dos filósofos chinos, Tang Yi Jie y Tu Weiming, por su independencia de todo dogma político y por un sorprendente acercamiento de la realidad institucional y del pensamiento filosófico de la China de hoy a la tradición confuciana.

El mensaje de los filósofos chinos revelaba la voluntad de entender la etapa marxista y maoísta como un imprescindible instrumento de la reorganización revolucionaria en un país gigantesco, dominado y quebrado. Afirmada la revolución, ahora China se permite conjugar ese instrumento de acción y de creación de su enorme poder político actual con la tradición profunda de la espiritualidad y del pragmatismo chinos, cuya esencia está en Confucio y en la “lección de los ancestros”. Tal vez casi todos los extranjeros asistentes al Foro de Pekín esperaban un lenguaje de discretas concesiones a la ortodoxia marxista. Pero los intelectuales chinos los desilusionaron. Cito algunas frases del filósofo Tu Weiming:

“El romántico revolucionarismo de Mao ya no es tan relevante para la política china. Incluso la retórica de la revolución ha sido abandonada por los ideólogos oficiales. El pensamiento tecnocrático parece desgraciadamente inadecuado para proveer el liderazgo que necesitamos… A medida que la estructura social iba siendo desgastada por la expansión de la economía de mercado, una urgente necesidad surgió entre la elite intelectual y política de la China de hoy. China está con la desesperante necesidad de una ética enraizada en sus tradiciones culturales y que, a la vez, sea receptiva de las influencias occidentales.”

“Es necesario superar al mero burócrata y al profesional de lo real. La educación en las artes liberales tiende a cultivar la totalidad de cada personalidad… El desafío de lo religioso sirve como referencia. Una nueva condición humana exige que los hombres de religión comprendan los aspectos de la fe y también el lenguaje de los problemas seculares, de la ciudadanía. La complejidad de la condición humana exige una visión totalizadora y humanística como guía de acción. Necesitamos nada menos que una nueva cosmología y un nuevo way of life para enfrentar el grave peligro de la viabilidad de nuestra especie.”

“Lo más importante ahora es la capacidad para acumular capital social, cultivar la capacidad cultural e incrementar la inteligencia ética entre los jóvenes.”

El filósofo Tu Weiming ve en la institución del Estado confuciano y en la ética de los funcionarios que, surgidos del sentido armonizador del pensamiento de Confucio, guiaron la vida china hasta el siglo XX elementos válidos como modelo para manejar el mundo, pero desde una dimensión más alta que la de los tecnócratas eficientistas de hoy. Los funcionarios confucianos eran, en primer lugar, intelectuales. Transformaban el mundo en lo que hace a riqueza y poder, pero a través de la cultura. Especialmente, mediante la educación moral.

A lo largo del Foro de Pekín, en todas las disciplinas, se notó un abandono de las ortodoxias obligatorias y un cierto y claramente perceptible retorno al pensamiento ancestral de China, pese a la vigencia de las sólidas instituciones marxistas y leninistas en el partido y en el control del Estado. Para los actuales dirigentes capitaneados por Hu Jintao, el pasado no parece ser una lápida inmovilizadora ni el exitismo del mercado el único sentido de la vida de los hombres. Parecen aceptar filosóficamente la sabiduría admirable de Lao Tsé y de Confucio. En lo político, rescatan la tradición de los grandes emperadores y, de la historia reciente, a Sun Yat Sen (la democracia), a Mao Tse Tung (la revolución) y a Deng Xiao Ping (el pragmatismo modernizador).

Creo que es imprescindible tomar nota de estos sutiles virajes que evitarán que China quede quebrada entre ideología, nueva cultura y realidad económica.

El autor es escritor y diplomático. Su obra más reciente es El eclipse argentino (Planeta).

EL DOCUMENTO DEL SIGLO SEGUN MARCOS AGUINIS

NOSTRA AETATE


Confieso no haber podido resistir la tentación de incluir en mi primera novela el asombro que me produjo dialogar casi a diario, en un restaurante estudiantil de Friburgo, Alemania, con los teólogos que preparaban los documentos de un acontecimiento que ya llamaban revolucionario. Se trataba del Concilio Vaticano II, que, en 1962, inauguraría el papa Juan XXIII.

Poco sabía el mundo de ese evento colosal y menos aún de las ideas que pergeñaban unos hombres sencillos, pero desbordantes de erudición. Más grande fue mi sorpresa cuando expresaron que se sentían felices de saber que yo era judío y conocía vastas áreas de otras religiones. Para demostrarlo, me invitaron a participar en reuniones con teólogos protestantes, de la iglesia ortodoxa griega y rusa, rabinos y hasta pensadores marxistas ateos. Era posible que entre esos personajes, cuyos nombres no registré como hubiera debido, se encontrara un entonces desconocido Joseph Ratzinger.

Poco antes yo había viajado a Roma para presentar, en el Congreso Mundial de Neurología, las investigaciones que había realizado en el Hospicio de la Salpêtrière de París. En esa ocasión fui agraciado para integrar la pequeña delegación que recibió Juan XXIII en su residencia veraniega de Castelgandolfo. Allí pude conocer de cerca de esa personalidad central del siglo, tierna, informal y segura, cuyas hazañas habían empezado antes de su pontificado, como me enteré después.

El Concilio refutó las sospechas de que Juan XXIII era un mero papa de transición. Su breve reinado alcanzó para provocar un giro que dio vértigo, generó serias críticas y tuvo consecuencias que aún no se pueden medir. Uno de los temas más deseados por ese pontífice eran las relaciones con el pueblo judío, a muchos de cuyos integrantes ayudó a escapar de las garras nazis hasta con métodos reñidos con la tradición. En su primer recibimiento oficial de una delegación judía, rompió las normas protocolares, descendió del trono y, abriendo los brazos exclamó con júbilo: “¡Yo soy José, vuestro hermano!”. Al inaugurar el Concilio, pese a las resistencias que le oponían sus asesores para brindar un pleno reconocimiento al Estado de Israel, ordenó que la bandera de ese país flamease junto con las del resto del mundo.

Juan XXIII falleció antes de la terminación del Concilio y fue su sucesor, Pablo VI, quien firmó la trascendental declaración Nostra Aetate, que pronto, el viernes 28 de octubre, cumplirá cuarenta años. Desde entonces se han realizado progresos inimaginables, pero es justo señalar ahora, con la perspectiva que ya se tiene, el coraje y la visión que inspiró a los teólogos que en aquella época dieron un aparente salto al vacío.

En efecto, tras los gestos de Juan Pablo II pocas cosas dejan atónitos ahora, pero en los años 60 aún prevalecía la acusación de deicidio y, para muchos cristianos, era un orgullo exhibirse con impudor antisemita. Nostra Aetate, en el sector referido a las relaciones judeocristianas, realiza varias afirmaciones que en su momento causaron estupor y, aunque ahora no sorprenden, no deberían cesar de repetirse. Primero, “los judíos son todavía muy amados de Dios, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación”. Segundo, “lo que en su Pasión (de Cristo) se hizo, no puede ser imputado ni indiscriminadamente a todos los judíos que entonces vivían, y menos a los judíos de hoy”. Tercero, “la Iglesia, que reprueba cualquier persecución en contra de los hombres, consciente de su patrimonio común con los judíos e impulsada no por razones políticas sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona en contra de los judíos”.

La hondura teológica, filosófica y doctrinal de esos puntos ha hecho correr ya mucha tinta y fue acompañada por sucesivas decisiones, como la de Pablo VI al crear, en 1974, una especial Comisión para las Relaciones con el Judaísmo, asociada a las relaciones por la unidad de los cristianos, distinción que no fue extendida a otras religiones. Esta decisión fue acompañada por una visita de 18 días al Estado de Israel por el secretario de la Comisión, para comprender el indisoluble vínculo histórico y teológico que anuda a los judíos de todos los tiempos con la tierra de sus ancestros.

En los años ochenta se publicó el texto Acerca de una correcta presentación de los judíos y el judaísmo en la predicación y en la catequesis de la Iglesia Católica. Por primera vez se intentaba dar cuenta de la espiritualidad desarrollada por el judaísmo en forma independiente del cristianismo y de los prejuicios que segregaba la vieja óptica. El papa Juan Pablo II enfatizó, al presentar ese documento, que “la antigua Alianza nunca ha sido revocada”. Las relaciones entre cristianos y judíos deben ser íntimas. Hay que refutar las imágenes distorsionadas que prevalecieron durante siglos sobre el judaísmo, como si fuese una religión fracasada o un resabio del pasado que debía perecer. Existe la obligación de condenar la “teoría placentaria”, es decir, la teoría de que Israel tuvo sentido para dar nacimiento al cristianismo, pero luego debía ser arrojado al recipiente de los objetos inservibles. Para vigorizar el énfasis, una de las porciones del texto subraya que “Jesús es judío y lo es para siempre”. Además, ese concepto inicia una vasta consideración sobre las relaciones de Jesús con la Torá, los profetas, el Templo de Jerusalén, las sinagogas y la cultura judía de su época.

En el campo de la liturgia, el documento destaca la raíz judía del cristianismo y sus rasgos paralelos en el culto. Afirma, contra viejas leyendas, que la historia del judaísmo no concluye en el año 70, cuando las legiones romanas demolieron el Templo y convirtieron en ruinas a Jerusalén, sino que “es necesario abandonar la concepción de pueblo «castigado», apenas mantenido como excusa viviente de la apologética cristiana”.

Juan Pablo II visitó la sinagoga de Roma, reconoció al Estado de Israel y le rindió una visita impresionante. En esa visita decidió imitar y rebajarse al nivel de los judíos que durante centurias de burlas, humillación e impotencia iban a dejar mensajes en el Muro de los Lamentos. Los llamó “nuestros hermanos predilectos y, en cierto modo, nuestros hermanos mayores en la fe”.

Benedicto XVI, al día siguiente de asumir su pontificado, escribió al actual rabino de Roma, Riccardo di Segni, para “reforzar la colaboración con los hijos y las hijas del pueblo judío”. Cuando fue a Alemania, visitó la sinagoga de Colonia, que habían quemado los nazis.

No obstante los esfuerzos de la Iglesia Católica y el creciente diálogo interreligioso, el antisemitismo ha vuelto a resurgir. Lo hace cambiando el disfraz de sus argumentos, como desde hace siglos: porque los judíos son ricos o son pobres, porque son poderosos o son indigentes, porque se integran y porque no se integran, porque son inteligentes o porque son una raza inferior, porque se dejan llevar al matadero o porque se defienden. Porque bogas o porque no bogas.

Lo cierto es que a cuarenta años de la declaración Nostra Aetate se debe tener la honestidad de reconocer que ese documento marcó un hito en la historia humana. Instaló a la Iglesia en la vanguardia de un vínculo fraternal con el pueblo y la fe de los cuales brotó. Fue un ejemplo restallante, porque luego del Concilio Vaticano II se manifestaron otras denominaciones y ahora es posible aplaudir, por ejemplo, la elocuente Declaración sobre el antisemitismo de la Comisión Luterana Europea. Pero no es menos vigorosa, completa y descarnada la Declaración de la Alianza de los Bautistas, porque arde con el fuego de Sodoma y Gomorra, y estremece por su síntesis.

Desde el primer párrafo afirma sin rodeos y sin anestesia que “hemos sido los trasmisores de una teología de culpa a los judíos por la muerte de Jesús; una teología que extrapoló la polémica antijudía del contexto que prevalecía en el primer siglo; una teología que usurpó para la Iglesia las promesas bíblicas y las prerrogativas otorgadas por Dios a los mismos judíos; una teología que ignora diecinueve siglos de desarrollo espiritual judío y considera a los judíos contemporáneos versiones modernas de sus correligionarios de aquel primer siglo; una teología que ve al pueblo judío como simple pieza de un ajedrez escatológico; una religión que prefirió la conversión antes que el diálogo, la calumnia antes que la comprensión y el prejuicio antes que el conocimiento; una teología que no reconoce la vitalidad, la actividad y la eficacia de la fe judía”.

Estos gestos cristianos han obtenido una sustanciosa respuesta de rabinos y académicos en el año 2000, por medio de la Declaración judía sobre los cristianos y el cristianismo, conocida como Dabru Emet. En ocho puntos de coincidencias muy vigorosas y reales se explicitan los puentes que unen a ambas comunidades. El texto culmina con la manifestación de que “los judíos y los cristianos reconocen, cada uno a su manera, que la situación de no redención del mundo deriva de la persecución y de los agravios que infligen la pobreza, la degradación humana y la miseria”.

Como predicaba la ígnea voz de los profetas, lo que importa es la acción sustentada en la ética, buscar la espiritualidad mediante la realización del bien y condenar sin rodeos cualquier manifestación de odio. Nostra Aetate se basó en la ética, sembró el bien y ha conseguido diluir muchos venenos del odio. No disimulo mi emoción al celebrarla.

Un sistema politico virtuoso según Luis Gregorich

Un sistema político virtuoso
Por Luis Gregorich



En un nuevo y plausible ejercicio de voluntarismo argentino, distintos intelectuales y políticos –entre ellos Torcuato Di Tella y Carlos “Chacho” Alvarez– han planteado la necesidad de que se reconstruya nuestro sistema político sobre la base del esquema que organiza la vida de buena parte de las sociedades avanzadas de Occidente: dos grandes partidos, uno de centroizquierda y otro de centroderecha, que puedan ser suficientemente representativos y que estén en condiciones de alternarse en el gobierno. También se ha sugerido que las propias autoridades nacionales, con el presidente Kirchner a la cabeza, alientan este maduro reagrupamiento, digno de la voluntad constructora de un De Gaulle o un Felipe González.

Está claro que también hay un poco de picardía en la propuesta: en un momento en que en el país existe cierta revaloración del progresismo y un desprestigio marcado de las derechas y su supuesto protagonismo en los años 90, los autores de la iniciativa se incluyen tácita o explícitamente en una centroizquierda que debería tener un feliz y tranquilo destino ganador por muchos años, sobre todo si –como se postula– el eje de este nuevo partido no puede ser otro que el peronismo.

Se trata de una versión políticamente correcta del “entrismo” de los años 70: en lugar de que la revolución “entre” en el peronismo y lo revivifique, ahora será el peronismo el que se “socialdemocratizará” y obtendrá una renovada patente de permanencia. Por otra parte, esta alquimia, interesante si fuera cierta, se articula en la disolución como fuerza nacional del radicalismo, otrora también legítimo candidato a generar el polo socialdemócrata.

Hay aquí un problema. La identidad izquierdista del peronismo nunca, o muy pocas veces, fue conferida por su propia práctica en el poder. Sí la obtuvo ocasionalmente por la teoría, la mirada de los otros o las obligaciones de la resistencia. El peronismo gobernó en el país, desde su ascenso en 1946 hasta la llegada al poder de Kirchner, en 2003, un poco más de 25 años, con nueve presidentes distintos (algunos duraron días u horas). De ese lapso, apenas los dos conflictivos meses de Cámpora pueden considerarse, si todavía las palabras significan algo, de orientación izquierdista. El fundador y quien dio su nombre al movimiento peronista pudo ser calificado de muchas maneras –injustamente fascista, más razonablemente populista conservador o pragmático–, pero ni el más imaginativo o ardiente exégeta se atrevió a situarlo en la senda de la Internacional bernsteiniana o como compañero de ruta de los estados de bienestar escandinavos. No se trata sólo de que no lo habilitaran nuestro subdesarrollo y nuestro lugar en la periferia; tampoco su formación y su mitología personal respondían a ese universo.

Otra ilusión, tan maliciosa como el confiado triunfalismo, reside en imaginar que el nuevo sistema partidario, fundado sobre la díada derecha/izquierda, servirá para resolver, de forma satisfactoria para todos, la actual división en el peronismo. Estamos frente a una versión perfeccionada del esquema en que el peronismo se hace cargo de una sola de las mitades, la socialdemocrática; ahora también encabeza la otra, la de centroderecha, por medio de metamorfosis sucesivas del duhaldismo y fuerzas afines.

Es probable que toda esta gimnasia de ficción política repose, aparte de la voracidad por llevárselo todo, en una lectura algo apresurada de las palabras “izquierda” y “derecha”, que hoy continúan siendo tan polisémicas, contradictorias y combativas como en el pasado. Para situar el debate en sus términos más justos (no para darle una resolución final), quizá no haya un texto más claro, comprensivo y equilibrado que Derecha e izquierda, el libro que Norberto Bobbio publicó a sus 85 años, donde desmenuza el itinerario histórico y político de las dos palabras enfrentadas. Aunque declara pertenecer a una izquierda moderada y republicana (posición que, para no ser menos honesto que el filósofo italiano, admite compartir el autor de esta nota), Bobbio jamás antepone las razones de su propia militancia a las exigencias del pensamiento crítico, propias del filósofo o intelectual.

Sería largo exponer todas las agudas observaciones y exploraciones de este auténtico manual del pluralismo y la tolerancia. Baste decir que, después de recorrer todos los matices, criterios de distinción, versiones extremistas o moderadas, y refutaciones de la antítesis misma, Bobbio llega a la conclusión de que, pese a todo, pese a la caída del mundo bipolar y a la globalización, sigue teniendo sentido hablar de derecha e izquierda en términos políticos, y no como si ya sólo se tratara, según la definición de un diario italiano, de meras señales de tránsito.

Ni siquiera es necesario, para todos los lectores, coincidir con Bobbio cuando, al final, establece el criterio de igualdad/desigualdad como la forma de distinguir lo que encubren las dos trajinadísimas palabras, en donde la izquierda, en definitiva, representa políticas más igualitaristas (lo que no pretende que todos sean iguales, sino menos desiguales) y en donde la derecha representa políticas más jerárquicas y apegadas a la tradición (lo que no significa que sean antipopulares). Tal vez sea más significativa, y difícil de rechazar, la cita que al final de su libro Bobbio hace de uno de los maestros de su generación, Luigi Einaudi: “Las dos corrientes [la liberal y la socialista] son respetables... y los dos hombres, aunque adversarios, no son enemigos; porque los dos respetan la opinión de los demás y saben que existe un límite para la realización del propio principio”.

Ahora bien, en la Argentina de la desigualdad, de la injusta distribución de la riqueza, ¿qué fuerza política podría animarse a no ser, en mayor o menor medida, igualitarista, lo que a su vez impone ser, en cierto modo y según los criterios de Bobbio, de izquierda? Tanto el peronismo como el radicalismo tienen buenos antecedentes igualitaristas, aunque no siempre los hayan transformado en eficaces gestiones públicas. Los diversos partidos socialistas son igualitaristas por definición, y también lo son la mayor parte de los partidos recién creados. ¿Quién, entonces, aceptará confinarse en la derecha o la centroderecha, sabiendo que allí recibirá los golpes combinados de la nostalgia setentista, de la condena mediática y hasta del sentido común?

Tal vez, sin embargo, la prioridad no sea –suponiendo que sea posible llevarla a cabo– la construcción forzada y artificiosa de un sistema político fiel a los modelos europeos. ¿Qué pasaría si, pongamos por caso, este experimento de probeta culminara con éxito y dispusiéramos de dos nuevos partidos o coaliciones, una de centroizquierda y otra de centroderecha, cada una de las cuales reproduce en su interior los mismos vicios de clientelismo mafioso, de prácticas antidemocráticas, de falta de participación y de encapsulamiento dirigencial que tanto criticamos hoy?

No, es obvio: la prioridad pasa por otro lado. Pasa por una imprescindible mejora de la calidad institucional, de la que el Gobierno debe ser el principal impulsor, pero que compromete también a todo el resto de las fuerzas políticas y sociales: a lo que hay, no a lo quisiéramos que hubiera. Pasa por el fin de las políticas tributarias regresivas y por la universalización de los programas sociales y de la posibilidad de estudiar. Pasa por la largamente demorada reforma política, con el consiguiente cambio de las sistemas electorales y los financiamientos partidarios. Pasa, muy especialmente, por el establecimiento progresivo de una cultura del consenso, opuesta a llorones intercambios de culpas y riñas prefabricadas para uso de los medios masivos. Pasa, también, por una correcta valoración de nuestro lugar en el mundo, que ha cambiado a una velocidad mucho mayor que nuestra capacidad de adaptación.

Es difícil, pero no imposible, que el oficialismo actual pueda ser el sujeto principal de estos cambios. ¡Bienvenido si fuera capaz de empezar a realizarlos, incluso contra sus propios intereses, después de las elecciones de octubre! Y aunque improbable, también sea bienvenido un sistema político virtuoso, dividido en dos bloques equivalentes, enzarzados en la competencia y no en la guerra.

Mientras tanto, seremos de derecha o izquierda, como sugiere Bobbio, por capricho, fatalidad o fidelidad a una historia personal, sin tener el coraje de ser a la vez, como quería Leszek Kolakowski, conservadores/liberales/socialistas. Intentemos serlo, por lo menos, en el terreno de la cultura: conservadores porque queremos conservar y proteger el patrimonio tangible e intangible; liberales porque promovemos la absoluta libertad de creación y expresión; socialistas porque defendemos las políticas públicas que aseguren la justa distribución de los bienes culturales y simbólicos.

miércoles, octubre 19, 2005

Lauria: Fisica mecanicista y fisica relativista

Ciencia mecanicista, una gloria del pasado
Por Eitel H. Lauría
Para LA NACION


Desde fines del siglo XVI y durante el siglo XVII tuvieron lugar en Europa acontecimientos científicos de enorme trascendencia: se enunciaron principios, se formularon teorías y se aplicaron metodologías experimentales que provocaron un cambio profundo y espectacular en la cosmovisión del mundo físico.

Muchas son las personalidades brillantes que contribuyeron a ello, entre ellas, Galileo, Newton y Huygens. En particular, la obra de Isaac Newton es tan extensa y transformadora que la ciencia desarrollada a partir de entonces es designada, frecuentemente, física o mecánica clásica o newtoniana.

La visión clásica del universo, con plena vigencia durante los siglos XVII, XVIII y XIX, contribuyó inmensamente al avance de la ciencia, suministrando poderosas herramientas matemáticas y una clara estructura de pensamiento para el estudio de un vasto conjunto de fenómenos físicos. Esa visión newtoniana del universo es, en esencia, una doctrina mecanicista, según la cual el mundo es un gigantesco mecanismo de relojería, cuyo conjunto de componentes materiales -estrellas, astros del sistema solar y cuerpos terrestres- cumplen con el principio de causalidad y realizan movimientos ajustados a rigurosas leyes matemáticas. En otros términos, se trata de un estricto determinismo que permite, si se tiene un conocimiento adecuado de la situación de un sistema material, determinar con precisión las trayectorias y posiciones futuras de sus componentes.

Resumiendo, mecanicismo, causalidad y determinismo son conceptos estrechamente vinculados cuya vigencia en la física asoció la evolución del universo con la dinámica de los mecanismos y de las máquinas.

Según el filósofo Thomas Kuhn, la ciencia elabora sus concepciones del mundo físico en función de paradigmas, es decir, a partir de estructuras conceptuales aptas para definir funciones y explicar evoluciones.

Un paradigma no pretende describir la realidad del mundo, sino que su finalidad es organizar aquello que puede decirse del mundo; pero, según muestra la historia, a medida que se acumulan datos y experiencias, los paradigmas han cambiado. Eso es, precisamente, lo que ha sucedido durante el transcurso del siglo anterior.

El aporte del siglo XX

El paradigma mecanicista produjo, durante los tres siglos arriba citados, enormes avances, descubrimientos espectaculares y generó en la sociedad la creencia de haber hallado el camino del progreso ilimitado. Además, el éxito en física del mecanicismo influenció en forma notoria otras áreas de la ciencia, tales como la economía, la biología y la sociología.

Todo cambió en el siglo XX. A principios de siglo se formularon dos teorías revolucionarias, la teoría de la relatividad, de Albert Einstein, y la mecánica cuántica; y, durante su transcurso, hubo un formidable desarrollo teórico y experimental de la física de las partículas elementales, un avance sin precedentes de la cosmología y la formulación de la teoría del caos, esta última, en las antípodas del mecanicismo.

En particular, en el marco de la teoría cuántica, W. Heisenberg enunció, en 1927, el principio de incertidumbre, en virtud del cual toda magnitud física medible está sometida a fluctuaciones aleatorias, y la característica esencial de dichas fluctuaciones es que no son consecuencia de limitaciones humanas, sino que son inherentes a la naturaleza de los fenómenos físicos en la escala atómica. Ingresaron así en la ciencia la aleatoriedad, el indeterminismo y el manejo probabilístico de las magnitudes físicas subatómicas. El impacto fue rápido y considerable y provocó la célebre reacción de Einstein: "Dios no juega a los dados".

En la teoría del caos se demuestra que, en muchos y frecuentes casos, los sistemas en su evolución alcanzan situaciones de inestabilidad caracterizados por cambios aleatorios totalmente impredecibles. Bajo esas circunstancias, el mecanismo de relojería del universo newtoniano es impensable y el futuro del mundo queda abierto.

Según el premio Nobel Ilya Prigogine, es perfectamente concebible que se den situaciones imprevisibles, durante cuyo transcurso, del caos surja el orden. En otras palabras, el universo manifiesta creatividad, virtud imposible de concebir en el mecanicismo clásico, en cuyo marco el presente está rígidamente determinado desde el pasado y el futuro está contenido en el presente.

Ilya Prigogine ha expresado con elocuencia la rigidez y las limitaciones de la ciencia clásica diciendo que, en el mecanicismo newtoniano, Dios es un mero archivista cuya simple función es ir pasando las páginas del libro de historia del cosmos, escrito en el comienzo del tiempo.

En síntesis, los tres siglos de vigencia plena del paradigma mecanicista presenciaron un gigantesco avance de los conocimientos científicos, sin igual en toda la historia precedente de la humanidad. En el siglo XX, y sin desmedro del crecimiento vertiginoso de los conocimientos científicos específicos, la ciencia generó nuevas ideas y paradigmas que tienen poco que ver con los clásicos, creando una nueva perspectiva del universo y de su relación con el hombre. Ideas sobre evoluciones aleatorias, respuestas no lineales de los sistemas excitados por perturbaciones pequeñísimas, fenómenos de autoorganización y creatividad, todas ellas inexistentes en el mecanicismo clásico, provocaron un vuelco copernicano en las concepciones de la ciencia. Sin embargo, no debe pensarse que las nuevas ideas sean necesariamente definitivas. El futuro siempre aporta sorpresas.

El autor es integrante de la Academia Nacional de Ingeniería

Jacques Le Goft y su opinión sobre la edad media

"Seguimos viviendo en la Edad Media", dice Jacques Le Goff
Fue una etapa brillante, dice el historiador


PARIS.– Discípulos y colegas llaman al francés Jacques Le Goff “el ogro historiador”. Es una referencia al desaparecido Marc Bloch, cofundador de l’Ecole des Annales, quien afirmaba que un buen historiador “se parece al ogro de la leyenda: allí donde huele carne humana, sabe que está su presa”.

De un ogro, Jacques Le Goff tiene la estatura y el apetito. También tiene una insaciable curiosidad que lo llevó a transformarse en una referencia mundial sobre la historia de la Edad Media, período al cual el hombre contemporáneo le debe muchas de sus conquistas, dice.

A los 82 años, Jacques Le Goff sigue trabajando, a pesar de la profunda tristeza que le provocó la reciente muerte de su esposa –después de casi 60 años de vida en común– y de una caída que desde 2003 lo mantiene recluido en su departamento de París.

Con cualquiera de sus libros –tantos que podrían formar una biblioteca– todo lector se siente inteligente y erudito.

Aún más que sus condiscípulos George Duby, Emmanuel Le Roy Ladurie y François Furet, Le Goff recurrió a todas las disciplinas para estudiar la vida cotidiana, las mentalidades y los sueños de la Edad Media: antropología, etnología, arqueología, psicología? Sus obras mezclan conocimiento y perspectivas. Con ellas es posible introducirse en un medioevo fascinante, donde se estudiaba y se enseñaba a Aristóteles, Averroes y Avicenas, las ciudades comenzaban a forjarse una idea de la belleza y los burgueses financiaban catedrales que inspirarían a Gropius, Gaudi y Niemeyer. En esa Edad Media masculina, la mujer era respetada, las prostitutas, bien tratadas y hasta desposadas, y solía suceder que las jovencitas aprendieran a leer y a escribir.

-Los historiadores no consiguen ponerse de acuerdo sobre la cronología de la Edad Media. ¿Cuál es la correcta, a su juicio?

-Es verdad que no todos los historiadores coinciden en esa cronología. Para mí, la primera de sus etapas comienza en el siglo IV y termina en el VIII. Es el período de las invasiones, de la instalación de los bárbaros en el antiguo imperio romano occidental y de la expansión del cristianismo. Déjeme subrayar que Europa debe su cultura a la Iglesia. Sobre todo, a San Jerónimo, cuya traducción latina de la Biblia se impuso durante todo el medioevo, y a San Agustín, el más grande de los profesores de la época.

-Usted, gran anticlerical, jamás deja de destacar el papel de la Iglesia en los mayores logros de la Edad Media.

-¡Pero no es necesario ser un ferviente creyente para hablar bien de la Iglesia! También soy un convencido partidario del laicismo: principio admirable, establecido por el mismo Jesús cuando dijo: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero, volviendo a la cronología, la segunda etapa está delimitada por el período carolingio, del siglo VIII al X.

-El imperio de Carlomagno fue, para muchos, el primer intento verdadero de construcción europea?

-Falso. En realidad se trató del primer intento abortado de construcción europea. Un intento pervertido por la visión "nacionalista" de Carlomagno y su patriotismo franco. En vez de mirar al futuro, Carlomagno miraba hacia atrás, hacia el imperio romano. La Europa de Carlos V, de Napoleón y de Hitler fueron también proyectos antieuropeos. Ninguno de ellos buscaba la unidad continental en la diversidad. Todos perseguían un sueño imperial.

-Usted escribió que a partir del año 1000 apareció una Europa soñada y potencial, en la cual el mundo monástico tendría un papel social y cultural fundamental.

-Así es. Una nueva Europa llena de promesas, con la entrada del mundo eslavo en la cristiandad y la recuperación de la península hispánica, que estaba en manos de los musulmanes. Al desarrollo económico, factor de progreso, se asoció una intensa energía colectiva, religiosa y psicológica, así como un importante movimiento de paz promovido por la Iglesia. El mundo feudal occidental se puso en marcha entre los siglos XI y XII. Esa fue la Europa de la tierra, de la agricultura y de los campesinos. La vida se organizaba entre la señoría, el pueblo y la parroquia. Pero también entraron en escena las órdenes religiosas militares, debido a las Cruzadas y a las peregrinaciones que transformarían la imagen de la cristiandad. Entre los siglos XIII y XV, fue el turno de una Europa suntuosa de las universidades y las catedrales góticas.

-En todo caso, para usted, la Edad Media fue todo lo contrario del oscurantismo.

-Aquellos que hablan de oscurantismo no han comprendido nada. Esa es una idea falsa, legado del Siglo de las Luces y de los románticos. La era moderna nació en el medioevo. El combate por la laicidad del siglo XIX contribuyó a legitimar la idea de que la Edad Media, profundamente religiosa, era oscurantista. La verdad es que la Edad Media fue una época de fe, apasionada por la búsqueda de la razón. A ella le debemos el Estado, la nación, la ciudad, la universidad, los derechos del individuo, la emancipación de la mujer, la conciencia, la organización de la guerra, el molino, la máquina, la brújula, la hora, el libro, el purgatorio, la confesión, el tenedor, las sábanas y hasta la Revolución Francesa.

-Pero la Revolución Francesa fue en 1789. ¿No se considera que la Edad Media terminó con la llegada del Renacimiento, en el siglo XV?

-Para comprender verdaderamente el pasado, es necesario tener en cuenta que los hechos son sólo la espuma de la historia. Lo importante son los procesos subyacentes. Para mí, el humanismo no esperó la llegada del Renacimiento: ya existía en la Edad Media. Como existían también los principios que generaron la Revolución Francesa. Y hasta la Revolución Industrial. La verdad es que nuestras sociedades hiperdesarrolladas siguen estando profundamente influidas por estructuras nacidas en el medioevo.

-¿Por ejemplo?

-Tomemos el ejemplo de la conciencia. En 1215, el IV Concilio de Latran tomó decisiones que marcaron para siempre la evolución de nuestras sociedades. Entre ellas, instituyó la confesión obligatoria. Lo que después se llamó "examen de conciencia" contribuyó a liberar la palabra, pero también la ficción. Hasta ese momento, los parroquianos se reunían y confesaban públicamente que habían robado, matado o engañado a su mujer. Ahora se trataba de contar su vida espiritual, en secreto, a un sacerdote. Tanto para mí como para el filósofo Michel Foucault, ese momento fue esencial para el desarrollo de la introspección, que es una característica de la sociedad occidental. No hace falta que le haga notar que bastaría con hacer girar un confesionario para que se transformara en el diván de un psicoanalista.

-Usted habla de emancipación de la mujer en la Edad Media. ¿Pero aquella no fue una época de profunda misoginia?

-Eso dicen y, naturalmente, hay que poner las cosas en perspectiva. Yo sostengo, sin embargo, que se trató de una época de promoción de la mujer. Un ejemplo bastaría: el culto a la Virgen María. ¿Qué es lo que el cristianismo medieval inventó, entre otras cosas? La Santísima Trinidad, que, como los Tres Mosqueteros, eran, en realidad, cuatro: Dios, Jesús, el Espíritu Santo y María, madre de Dios. Convengamos en que no se puede pedir mucho más a una religión que fue capaz de dar estatus divino a una mujer. Pero también está el matrimonio: en 1215, la Iglesia exigió el consentimiento de la mujer, así como el del hombre, para unirlos en matrimonio. El hombre medieval no era tan misógino como se pretende.

-La invención del purgatorio, a mediados del siglo XII, parece haber sido también uno de los momentos clave para el desarrollo de nuestras sociedades actuales.

-Así es. Curiosamente, lo que comenzó como un intento suplementario de control por parte de la Iglesia, concluyó permitiendo el desarrollo de la economía occidental tal como la practicamos en nuestros días.

-¿Cómo es eso?

-La invención del purgatorio se produjo en el momento de transición entre una Edad Media relativamente libre y un medioevo extremadamente rígido. En el siglo XII comenzó a instalarse la noción de cristiandad, que permitiría avanzar, pero también excluir y perseguir: a los herejes, los judíos, los homosexuales, los leprosos, los locos... Pero, como siempre sucedió en la Edad Media, cada vez que se hacían sentir las rigideces de la época los hombres conseguían inventar la forma de atenuarlas. Así, la invención de un espacio intermedio entre el cielo y el infierno, entre la condena eterna y la salvación, permitió a Occidente salir del maniqueísmo del bien y del mal absolutos. Podríamos decir también que, inventando el purgatorio, los hombres medievales se apoderaron del más allá, que hasta entonces estaba exclusivamente en manos de Dios. Ahora era la Iglesia la que decía qué categorías de pecadores podrían pagar sus culpas en ese espacio intermedio y lograr la salvación. Una toma de poder que, por ejemplo, permitiría a los usureros escapar al infierno y hacer avanzar la economía. También serían salvados de este modo los fornicadores.

-Pero hasta la aparición del sistema bancario reglamentado, en el siglo XVIII, tanto la Iglesia como las monarquías sobrevivieron gracias a los usureros. ¿Por qué condenarlos al infierno?

-Porque así lo establecían las escrituras, como en la mayoría de las religiones. En el universo cristiano medieval, la usura era un doble robo: contra el prójimo, a quien el usurero despojaba de parte de su bien, pero, sobre todo, contra Dios, porque el interés de un préstamo sólo es posible a través del tiempo. Y como el tiempo en el medioevo sólo pertenecía a Dios, comprar tiempo era robarle a Dios. Sin embargo, el usurero fue indispensable a partir del siglo XI, con el renacimiento de la economía monetaria. La sed de dinero era tan grande que hubo que recurrir a los prestamistas. Entonces la escolástica logró hallarles justificaciones. Surgió así el concepto de mecenas. También se aceptó que prestar dinero era un riesgo y que era normal que engendrara un beneficio. En todo caso, y sólo para los prestamistas considerados "de buena fe", el purgatorio resultó un buen negocio.

-La Edad Media también inventó el concepto de guerra justa, vigente hasta nuestros días, como lo demostraron los debates en la ONU sobre la guerra en Irak. Curioso, ya que el cristianismo es portador de un ideal de paz. Hasta se podría decir que es antimilitarista.

-Es verdad. Ordenándole a Pedro que enfundara su espada, Cristo dijo: "Quien a hierro mate, a hierro morirá". Los primeros grandes teóricos cristianos latinos eran pacifistas. Pero todo cambió a partir del siglo IV, cuando el cristianismo se transformó en religión de Estado.

-En otras palabras, los cristianos se vieron obligados a cristianizar la guerra.

-En esa tarea tendrá un papel fundamental San Agustín, el gran pedagogo cristiano. Para él, la guerra es una consecuencia del pecado original. Como éste existirá hasta el fin de los tiempos, la guerra también existirá por siempre. San Agustín propuso, entonces, imponer límites a esa guerra. En vez de erradicarla, decidió confinarla, someterla a reglas. La primera de esas reglas es que sólo es legítima la guerra declarada por una persona autorizada por Dios. En la Edad Media, era el príncipe. Hoy es el Estado, el poder público. La segunda regla es que una guerra es justa sólo cuando no persigue la conquista. En otras palabras: las armas sólo se toman en defensa propia o para reparar una injusticia. Esas reglas siguen perfectamente vigentes en nuestros días.

-¿Se podría decir que el hombre medieval trataba de preservar la cristiandad de todo aquello que amenazaba su equilibrio?

-Constantemente. Déjeme evocar como ejemplo el que para mí fue el aspecto más negativo de la época: la condena absoluta del placer sexual, simbolizado por el llamado "pecado de la carne". La alta Edad Media asumió las prohibiciones del Antiguo Testamento. Desde entonces, el cuerpo fue diabolizado, a pesar de algunas excepciones, como Santo Tomás de Aquino, para quien era lícito el placer en el acto amoroso. Frente a la opresión moral, la sociedad medieval reaccionó con la risa, la comedia y la ironía. El universo medieval fue un mundo de música y de cantos, promovió el órgano e inventó la polifonía.

-Hace un momento hizo referencia a los fornicadores que tuvieron un lugar en el purgatorio. ¿Cómo fue esto posible en una época de tanta represión sexual?

-Hay una anécdota que ilustra perfectamente la dualidad medieval. El rey Luis IX de Francia, que después sería canonizado como San Luis, tenía una vitalidad sexual desbordante. En los períodos en que las relaciones carnales eran lícitas (fuera de las fiestas religiosas), el monarca no se contentaba con reunirse con su esposa por las noches. También lo hacía durante el día. Esto irritaba mucho a su madre, Blanca de Castilla, que en cuanto se enteraba de que su hijo estaba con la reina intentaba introducirse en la habitación para poner fin a sus efusiones. Luis IX decidió entonces poner un guardián ante su puerta, que debía prevenirlo y darle tiempo de disimular su desenfreno. Ese hombre lleno de ardor tuvo once hijos y cuando partió a la Cruzada, en 1248, llevó a su mujer, a fin de no privarse de sus placeres sexuales. ¡No imaginará usted que la Iglesia podía enviar a San Luis a arder en el fuego eterno del infierno!

-¿También podríamos decir que la Edad Media inventó el concepto de Occidente?

-La palabra "Occidente" no me gusta. Pronunciada por los occidentales, tiene un contenido de soberbia para el resto del planeta.

-Pero entonces, ¿cómo definir, por ejemplo, a América, heredera de Europa?

-América ha dejado de ser la heredera de Europa. Lo fue hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando tanto Estados Unidos como el resto del continente dejaron de tener al hombre como centro de sus preocupaciones.

-Usted es un apasionado estudioso de la imaginación colectiva de la Edad Media. ¿Por qué eso es tan importante?

-Felizmente, las nuevas generaciones de historiadores siguen cada vez más esa tendencia. La imaginación colectiva se construye y se nutre de leyendas, de mitos. Se la podría definir como el sistema de sueños de una sociedad, de una civilización. Un sistema capaz de transformar la realidad en apasionadas imágenes mentales. Y esto es fundamental para comprender los procesos históricos. La historia se hace con hombres de carne y hueso, con sus sueños, sus creencias y sus necesidades cotidianas.

-¿Y cómo era esa imaginación medieval?

-Estaba constituida por un mundo sin fronteras entre lo real y lo fantástico, entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo terrenal y lo celestial, entre la realidad y la fantasía. Si bien los cimientos medievales de Europa subsistieron, sus héroes y leyendas fueron olvidados durante el Siglo de las Luces. El romanticismo los resucitó, cantando las leyendas doradas de la Edad Media. Hoy asistimos a un segundo renacimiento gracias a dos inventos del siglo XX: el cine y las historietas. El medioevo vuelve a estar de moda con "Harry Potter", "La guerra de las galaxias" y los videojuegos. En realidad, la Edad Media tiene una gran deuda con Hollywood. Y viceversa. Pensé alguna vez que provocaría un escándalo afirmando que el medioevo se había prolongado hasta la Revolución Industrial. La verdad es que ha llegado hasta nuestros días.

-¿Se podría decir entonces que seguimos viviendo en la Edad Media?

-Sí. Pero esto quiere decir todo lo contrario de que estamos en una época de hordas salvajes, ignorantes e incultas, sumergidos en pleno oscurantismo. Estamos en la Edad Media porque de ella heredamos la ciudad, las universidades, nuestros sistemas de pensamiento, el amor por el conocimiento y la cortesía. Aunque, pensándolo bien, esto último bien podría estar en vías de extinción.

Por Luisa Corradini
Para LA NACION

Pilar Rahola y la judeofobia

Entrevista a Pilar Rahola

Pilar Rahola, ha decidido denunciar el desequilibro flagrante en el manejo de la información sobre el Cercano Oriente. Su pieza más reciente, "A favor de Israel" busca el restablecimiento de los hechos. En esta entrevista reciente, Pilar Rahola habla de la judeofobia europea y el antisemitismo palestino y denuncia a la prensa europea.

Pilar Rahola
Nació en Barcelona, en 1958. Doctora en Filología Hispánica y periodista. Publicó diversos libros en catalán y castellano. Ex - miembro del Parlamento Español por la Izquierda Republicana Catalana. Fundadora del Partido de la Independencia. Participó en congresos internacionales. Ha dictado conferencias en diversas partes del mundo sobre la cuestión judía y el antiisraelismo. Es autora del texto "A favor de Israel", traducido a varios idiomas.

. Marc Tobiass: ¿Por qué sintió la necesidad de escribir "A favor de Israel" y de participar en la publicación del libro? Pilar Rahola: Desde el comienzo de la segunda intifada, la prensa española, tanto desde la derecha como desde la izquierda, ha tenido un acercamiento particularmente agresivo hacia Israel, un acercamiento que excluye los motivos de las acciones israelíes y tiende a ignorar a las víctimas israelíes del conflicto. En esta situación, una pequeña minoría de intelectuales, personalidades públicas -sensibles a la cuestión judía en general y a Israel en particular- nos hemos sentido profundamente tocados por el problema. Ultrajados por el regreso de la judeofobia a España, cada uno de nosotros a su modo, hemos comenzado a escribir artículos y a condenar la situación a través de los medios. Y luego, Oracia Vasquez Real, un escritor importante en España, sugirió que coordináramos nuestra actividad, que reuniéramos en un libro la visión que quince intelectuales reconocidos tienen del conflicto del Medio Oriente.

Marc Tobiass: ¿Para quién escribieron este libro y con qué objeto?
Pilar Rahola: Fundamentalmente el libro está dirigido a la escuela de pensamiento antijudío de España. Su meta es originar un debate sobre la judeofobia en España. Estamos convencidos de que el punto de vista corriente sobre el conflicto, tan maniqueo -con los palestinos como los buenos y los israelíes siempre como los malos- tiene raíces muy profundas. Viene de un sentimiento anti-judío antiguo presente en la historia de España. Suavizado ligeramente después de la era de Franco pero resurgido hoy con virulencia, este sentimiento salvaje produce expresiones antisemíticas genuinas en la prensa española. En esencia, es un libro provocativo frente al pensamiento pro-árabe de España, completamente a-crítico de los errores del mundo árabe en general y de los palestinos en particular. Queremos señalar este desequilibrio flagrante....

Marc Tobiass: Este desequilibrio no es específicamente español ni tampoco lo es la judeofobia. Usted señala correctamente en su trabajo el inquietante comentario de Hermann Bloch cuando denunció la indiferencia de Europa como uno de los peores crímenes de la sangrienta locura hitleriana....
Pilar Rahola: Sí, pienso que Europa fue indiferente en la superficie porque se sentía culpable en la profundidad. Creo que esta indiferencia se origina incuestionablemente en la judeofobia. Una paradoja fundamental es que el alma judía es parte esencial de Europa. Europa no puede ser explicada sin el alma judía pero tampoco puede ser explicada sin el odio a los judíos. Por ende, los repetidos intentos europeos de librarse del alma judía son, de hecho, una forma de suicidio. Después del Holocausto, después de Auschwitz, es decir, después de la etapa definitiva de la destrucción del alma judía -un proceso que demandó siglos a Europa- Europa está fragmentada, muchos han muerto, pero la acosa la mala conciencia, sabe que es culpable. Desde entonces, Europa ha buscado y ha encontrado en la causa palestina la expiación de su culpa. A ello se debe la actitud maniquea a-crítica hacia la causa palestina, es, fundamentalmente, la última aventura europea heroica. Adicionalmente, cuanto más los judíos son presentados como el bando del mal, los malos, menor la dificultad para sobrellevar la responsabilidad y la culpa. Es un proceso de psicología colectiva. Desde una tal perspectiva no hay diferencia esencial entre Francia por ejemplo y España. Es increíble cómo Europa continúa odiando a su alma judía, aún después de haberla expulsado!

Marc Tobiass: Según usted, ¿es esta judeofobia lo que explica la "histeria pro-palestina" que existe en Europa?
Pilar Rahola: Estoy segura de ello. Hay indudablemente un serio esfuerzo de desinformación sobre todo lo atinente al Medio Oriente. Hay un tipo de locura que excusa todo crimen, todo abuso y error proveniente del lado palestino y, al mismo tiempo, hay una predisposición histórica a condenar cualquier error del lado israelí. Se ha llegado al extremo de que las víctimas palestinas reciben toda la atención mientras que los israelíes (víctimas) son ignorados. ¡Es como si las víctimas judías no existieran bajo el pretexto de que son responsables de su propia muerte! Lo peor es que está también el problema del terrorismo en España, pero cuando los crímenes de ETA se mencionan, se habla de terrorismo, mientras que cuando se trata de los crímenes de Hamas, hablan de militantes, activistas, resistencia, lucha .. Al referirse a las víctimas palestinas se habla de niños, civiles, inocentes, pero cuando se trata de víctimas israelíes son personas sin nombre como sugiriendo que se trata de soldados, miembros del ejército. Hay una distorsión en la presentación del conflicto, una manipulación peligrosa que alimenta el odio y el antisemitismo.

Marc Tobiass: Sus comentarios conducen a una acusación a la prensa europea.
Pilar Rahola: Lo que quiero es hacer un llamado al pensamiento europeo colectivo y especialmente a los intelectuales y periodistas, porque, desde mi perspectiva, están creando una realidad colectiva judeofóbica. En la actualidad si uno quiere demostrar que es de izquierda, es necesario ser antisemita para tener credibilidad. Las cosas han llegado a un punto en el que, por ejemplo, Sharon es siempre culpable de ser culpable mientras que Arafat es presentado como una persona honesta, inteligente, un incansable y viejo luchador y resistente, una figura heroica, casi un Gandhi, en breve, una persona envuelta en un halo de fineza romántica, cuando en realidad es la cabeza de una oligarquía con mucha sangre en sus manos. Israel no es (sólo) un país que intenta, por las buenas o por las malas, sobrevivir hace cincuenta años, sino que es reducido a una sola imagen: un país que ocupa territorios cuya vocación es arruinarle la vida a los pobres palestinos. La historia de la Tierra Santa se está reinventando. Todo sucede como si hubiera instrucciones precisas: no se debe señalar las faltas y los errores de los palestinos, ni tampoco sus alianzas con países peligrosos como Irak, para poder arrojar más vergüenza sobre los Estados Unidos e Israel. Las razones profundas de esta guerra nunca se presentan con claridad ni son discutidas.

Marc Tobiass: Hay un comentario en su texto que me produce estremecimiento. Dice que la judeofobia es, en un análisis final, el denominador común entre Europa y los palestinos.
Pilar Rahola: Es verdad que hay en Europa no judíos sensibles y respetuosos del alma judía que constituye parte de las bases de Europa, pero constituyen una minoría. La mayoría, el inconsciente colectivo europeo, no entiende, no absorbe, no acepta el fenómeno judío. Y es ése el punto de convergencia entre los europeos y los palestinos. La identidad palestina es un fenómeno muy reciente, construido, esencialmente, sobre el odio a Israel, el odio a los judíos. Si Europa puede ser explicada por su componente judío y por su odio a los judíos, como dos lados de una misma moneda, la identidad palestina puede ser explicada esencialmente sólo por su componente anti-judío. Es por esta razón que los palestinos tienen tanta dificultad en poner fin a su violencia. Si los palestinos renuncian a su odio a los judíos, perderían al mismo tiempo una significativa parte de su identidad. Para sobreponerse a la violencia, deberían sobreponerse al odio y por ende, cambiar su identidad. En otras palabras, tendrían que reinventarse a sí mismos. En sobre la base de este odio que los palestinos se encuentran y acuerdan con los europeos. Esto sucede a menudo entre gente de izquierda, lo que es una verdadera calamidad para gente como yo, para los que somos de izquierda. Somos europeos pero no aceptamos la judeofobia, así como no aceptamos el anti-sionismo que justifica y alimenta el anti-semitismo de la izquierda española de hoy.

Marc Tobiass: ¿No es esta legitimación del odio el verdadero obstáculo para la paz?
Pilar Rahola: Sin ninguna duda. Creo que Europa es directamente responsable y no sólo por el conflicto. En un análisis final ¿quién, si no Europa, ha creado el problema judío para el mundo? En cierto sentido uno puede decir incluso que Europa es el fundador real del Estado de Israel. Europa expulsó a sus judíos -a sus judíos españoles, a sus judíos rusos, a sus judíos franceses, a sus judíos alemanes... Los expulsó de su cuerpo aún cuando estos judíos se sentían profundamente europeos

Marc Tobiass: Usted se describe como de izquierda y para usted ser de izquierda es sobre todo una posición existencial hacia la vida, hacia la sociedad. Sin embargo, dice que cuando esta posición se transforma en ideología, puede convertirse en una excusa para canalizar dogmas a-críticos, maniqueísmos simplistas, incluso el racismo. Como ex parlamentaria de izquierda, ¿cómo puede sostener esta contradicción?
Pilar Rahola: Los de la izquierda española tenemos un problema real. En algunos aspectos somos los herederos de la Revolución Francesa; hemos sido influenciados por grandes ideólogos como Sartre y Camus y también por mayo del 68. En general, el pensamiento de la izquierda española viene de Francia. Francia es fundamentalmente anti-americana, de donde proviene nuestro anti-americanismo que por momentos bordea lo patológico, un anti-americanismo que es también anti-semitismo. Ello explica hasta un cierto punto que la izquierda española sea antisemita. Obviamente, la gente como yo tiene una gran dificultad con este estado de cosas. Creo que si la izquierda ha fallado como una gran ideología mundial, es porque la izquierda no consiguió romper con lo peor del pensamiento dogmático. La izquierda puede ser muy progresiva pero puede ser también muy dogmática. Infortunadamente, la izquierda se enamoró con dictadores infames como Pol Pot, Mao y Stalin y ahora está enamorada de Arafat. La izquierda debería ser crítica y antes que nada, auto-crítica.

Marc Tobiass: ¿Cuál es el dogma que más le preocupa hoy?
Pilar Rahola. Lo más absurdo es observar a los líderes de la izquierda saludar y celebrar a los líderes árabes, aún a los fundamentalistas. Por ejemplo, en los debates que siguieron al ataque del 11 de septiembre escuchamos discursos anti-americanos acá, burlándose de las víctimas lo que es absolutamente terrible en sí mismo! Y hubo quienes intentaron desvalorizar - con el cursi tercermundismo que caracteriza a algunos círculos de la izquierda- el peligro corporizado por individuos como Bin Laden, de hecho, un auténtico fascista. Creo que por el momento el mundo está ciego ante el totalitarismo mayor del siglo veintiuno, el totalitarismo islámico. Debemos prepararnos seriamente para enfrentar el peligro: para mí, este totalitarismo es, sin lugar a dudas, comparable al stalinismo y al nazismo, los mayores azotes del siglo veinte.

Marc Tobiass: Para terminar la entrevista, Pilar Rahola, querría citar una oración de su texto: Digo que estar "a favor de Israel" es la forma más inteligente, racional, prudente y honesta de estar a favor de Palestina.
Pilar Rahola: Antes que nada, no acepto el uso de la defensa de la causa palestina como pretexto para una nueva epidemia de anti-semitismo. Si Europa hubiera tenido una discusión crítica que no dudara en condenar los errores graves y permanentes del lado palestino; si Europa hubiera sido más crítica a los palestinos, estaríamos hoy más cerca de una solución. Pero Arafat disfruta del sostén y la legitimación de Europa que le permite no perder nunca una oportunidad de perder oportunidades para la paz. Creo que si Europa hubiera sido más crítica hacia Arafat, hacia los diferentes aspectos de la violencia palestina, si Europa hubiera sido más firme en sus principios, los palestinos habrían sido conducidos a evitar la violencia y los ataques suicidas. Un sentido de justicia clama por el establecimiento de un estado palestino vecino al estado de Israel, pero no en su lugar. Sin embargo, Europa en su profundidad se siente enferma con la existencia del estado de Israel y se podría incluso decir que la existencia de este estado provoca resentimiento y enojo en la izquierda europea. Aún cuando no sea reconocido, muchos europeos sostienen que el Estado de Israel debe ser reemplazado por un estado Palestino. Pero para los que apoyamos a Israel, los que estamos a favor de buenas relaciones entre los vecinos -por la coexistencia de un Estado de Israel y un Estado de Palestina- nuestra manera de decir SÍ a un estado de Palestina es decir que SÍ a la existencia del Estado de Israel.

Publicado el Monday, 25 August a las 14:01:20 por Jose




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Re: Entrevista a Pilar Rahola (Puntuación 0)
por anónimo el Friday, 09 January a las 20:44:15
gracias por hablar sin miedo , eso es lo que tendria que decir un periodista , desgraciadamente hay pocos que dicen lo que piensan.



Re: Entrevista a Pilar Rahola por anónimo el Sunday, 21 November a las 19:47:34





Re: Entrevista a Pilar Rahola (Puntuación 1)
por Eilean el Sunday, 12 June a las 11:46:15
(Información del Usuario | Enviar un Mensaje)
¿Cómo es posible que Pilar Rahola sea capaz de discernir con tanta claridad la situación en Oriente Próximo, sea capaz de identificar los injustos ataques a Israel, reconozca a esta nación como víctima de una persecución mediática y de un sentimiento y mentalidad que rayan el racismo?. Posiblemente porque son hechos tan evidentes los que se mueven contra Israel que incluso una persona, una miembro de la clase política como Pilar Rahola que ha dedicado su vida a negar la verdad y la historia de lo que es España, que ha dedicado todos sus esfuerzos para conseguir su desemenbración, que ha hecho uso de la demagogia de una manera maquiavélica para alcanzar sus fines políticos, que no se resistió al abuso del poder que su condición de diputada en el
Congreso de la nación que ella pretende extinguir le otorgaba, una persona que siempre ha estado vacía de proyectos y de iniciativas constructivas para la NACIÓN ESPAÑOLA, y una mente tan obtusa y radical como la de Pilar Rahola, es capaz de distinguir el grano de la paja. Espero que esto sea el primer paso para que este personaje tan lamentable en la política española pueda redimirse.







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martes, octubre 18, 2005

Historia del sionismo según Gustavo Perednik

Dos enfoques de la urgencia

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El Catoblepas • número 22 • diciembre 2003 • página 5

Dos enfoques de la urgencia
Gustavo D. Perednik

León Trotsky y Zeev Jabotinsky combinaron el pensamiento político con la conducción militar, y asumieron prolíficamente su destino histórico de disidentes. Los separó el abismo de cómo responder ante la urgencia del pueblo judío en el umbral del exterminio. De ambos se cumple este mes el 65 aniversario (Trotsky murió el 21 de agosto de 1940 y Jabotinsky el 2 de agosto de 1940)



Judíos coetáneos, León Trotsky y Zeev Jabotinsky tuvieron varias circunstancias en común: fueron jóvenes en Odessa, apasionados corresponsales de prensa, prolíficos escritores, talentosos organizadores, y hombres de armas que supieron reflexionar acerca de la naturaleza de la política mientras la ejercían. Junto a esas características, compartieron ser conspicuos disidentes de la línea oficial.

A ambos se les reveló patentemente el sufrimiento de las masas judías cuando recorrieron Europa Oriental, donde tomaron debida nota de la judeofobia y llegaron a explícitamente vaticinar la Shoá. Pero los separó el singular abismo de cómo encarar el peligro que se cernía sobre los judíos europeos.

El Sexto Congreso Sionista Mundial (Basilea, entre el 23 y el 28 de agosto de 1903) fue uno de los eventos más tormentosos de la historia judía moderna. Mientras en Rusia los pogromos dejaban centenares de judíos asesinados, el fundador y presidente de la Organización Sionista Mundial, Teodoro Herzl, decidió elevar una propuesta que el Congreso entendió rayana en la traición –casi la mitad de ellos se retiró y anunció un cisma–. La cuestión que trajo Herzl fue la sugerencia del Secretario de Colonias británico, Joseph Chamberlain, quien le había mencionado (20 de mayo de 1903) la posibilidad de trasladar judíos a «Uganda» (se refería a la llanura de Guas Ngishu en Kenia).

Abatidos, los sionistas supusieron que el perseverante y carismático conductor que venía blandiendo la viabilidad de recuperar Palestina, renunciaba a la meta de h

Opiniones sobre el psicoanalisis Borch jacobson

22/09/05
"El psicoanálisis va a desaparecer", dice Mikkel Borch-Jacobsen


PARIS.- Los intelectuales norteamericanos llaman the Freud war a la guerra sin cuartel que libran, desde 1993, defensores y detractores de Sigmund Freud y de la teoría que modeló al hombre del siglo XX, el psicoanálisis.

En ese contexto, el filósofo e historiador Mikkel Borch-Jacobsen puede ser considerado uno de los generales que lideran las huestes antifreudianas. Es uno de los principales autores de un libro colectivo que acaba de ser publicado en París y que ha desencadenado la fase más despiadada de esta guerra: "El libro negro del psicoanálisis".

Dinamarqués de nacimiento, francés por su educación, Borch-Jacobsen se instaló en los Estados Unidos en 1986. Es profesor en la Universidad de Washington. Identificado con la corriente constructivista del pensamiento, Borch-Jacobsen ha pasado los últimos 30 años de su vida denunciando "las falacias, ocultamientos y manipulaciones" de los representantes de la escuela freudiana, comenzando por su propio fundador. Su estilo pasional y directo aumenta el impacto de sus controvertidas posiciones.

Participaron unos 40 especialistas europeos y norteamericanos. La primera de las 830 páginas de "El libro negro del psicoanálisis" comienza así: "Francia es, con la Argentina, el país más freudiano del mundo. En nuestros dos países es comúnmente aceptado que todos los lapsus son reveladores, que los sueños develan deseos inconfesables y que un terapeuta es forzosamente un psicoanalista. (...) En el resto del planeta, desde hace 30 años, la autoridad del psicoanálisis se ha reducido en forma dramática. (...) ¿Francia y la Argentina serán las únicas en tener razón, contra el resto del mundo?"

De paso por París, Mikkel Borch-Jacobsen recibió a LA NACION.

-Usted dice que Freud era un mentiroso y un charlatán.

-No digo que era un charlatán. Digo que Freud se tomó libertades con la verdad, deliberadamente.

-Eso se parece mucho a la definición técnica de la mentira...

-Sí, así es.

-¿Y por qué?

-Se pueden dar muchos ejemplos. El más flagrante es el caso que dio origen al psicoanálisis: el de la llamada Anna O. Freud afirmó hasta el fin de su carrera que su amigo Joseph Breuer había conseguido curarla de sus síntomas histéricos, cuando sabía perfectamente que no era verdad. La verdad es que Anna O. tuvo que ser internada en una clínica psiquiátrica inmediatamente después de haber terminado con su terapia y que pasaron años antes de curarse. Podría dar otros ejemplos, pero ése es el más evidente de una afirmación falsa y deliberada. Freud afirmó con frecuencia haber curado pacientes, sin que fuera cierto. Con frecuencia, lanzó rumores falsos sobre algunos de sus colegas o discípulos renegados... En otras palabras, era alguien muy poco fiable. Es imposible tener una confianza ciega en lo que Freud decía.

-¿Eso quiere decir que, debido a sus mentiras, la teoría psicoanalítica queda totalmente invalidada?

-El psicoanálisis es, en principio, una teoría basada en la observación clínica. Así la describió el mismo Freud. Las construcciones metapsicoanalíticas son especulaciones que deben ser producto del material clínico, de la observación clínica. Sobre esa cuestión, Freud tenía una posición absolutamente positivista, de fines del siglo XIX. Es evidente que la cuestión de la fiabilidad de sus observaciones clínicas tiene una importancia crucial. Si manipuló esos datos para hacer que se aceptara su teoría, es muy grave. Y hoy es perfectamente posible demostrar cómo Freud manipuló esos datos clínicos.

-¿Cómo?

-El mejor ejemplo es el de las notas clínicas sobre el llamado Hombre de las Ratas. Su verdadero nombre era Ernst Lanzer y fue a ver a Freud en 1907, quejándose de padecer miedos obsesivos y reacciones compulsivas. Habitualmente, Freud destruía las notas que tomaba durante sus análisis. Sin embargo, por una razón misteriosa, los apuntes del análisis del Hombre de las Ratas sobrevivieron. Así fue posible compararlas con la historia del caso publicada por Freud. Esto fue hecho por el psicoanalista e historiador canadiense Patrick Mahony y yo acabo de repetirlo con un colega en un libro que saldrá en enero: las contradicciones son flagrantes. La verdad es que Freud inventaba personajes. Y esto es muy grave. A partir de allí, es imposible creer en lo que él escribía. No inventó todo. En el caso del Hombre de las Ratas, es evidente que se apoyó en lo que vio y escuchó, pero también que cada vez que algo no le convenía, lo cambiaba. Cambiaba las fechas, pretendía que el paciente había aceptado su interpretación cuando no era cierto, etcétera. Sí, creo que la cuestión de la fiabilidad de Freud es muy importante para la validez de la teoría.

-Permítame insistir, desde un punto de vista científico, que Freud haya sido un mentiroso no invalida su teoría...

-La razón por la cual es tan importante la veracidad de Freud es que en todas las disciplinas científicas los resultados y las experiencias son públicas. Un científico que quiere verificar los resultados de otro científico puede hacerlo; puede volver sobre el terreno del experimento o rehacer el mismo camino. En el psicoanálisis eso es imposible. Porque Freud, por razones totalmente sorprendentes, decidió que las sesiones de psicoanálisis fueran confidenciales y que nadie, ni siquiera otro psicoanalista, pudiera asistir a una sesión conducida por otro colega.

-¿Por qué "sorprendentes"?

-Porque hasta ese momento la práctica psiquiátrica era abierta, pública. Así se formaban los especialistas: asistiendo a esas sesiones. Para Freud, el único modo de formarse era poniéndose a sí mismo en el diván. En esas condiciones, es imposible verificar desde un punto de vista científico su teoría. ¿Freud deformaba, mentía, decía la verdad? Imposible saber si se equivocaba o si, influido por una u otra teoría, insistía demasiado sobre algunas cosas. El único relato de sus psicoanálisis era él mismo.

-¿O el relato de sus pacientes?

-No, porque en el psicoanálisis el paciente jamás es nombrado. No se conoce su identidad. Por otro lado, en la época de Freud los pacientes no iban a gritar en la plaza pública: "Yo soy la víctima de una neurosis que Freud ha tratado de tal fecha a tal fecha". Debemos, pues, depender de la buena fe de Freud, lo que es una situación absolutamente inédita en el terreno científico.

-Pero si es imposible verificar, lo que usted considera mentiras, bien podrían ser verdades...

-Por eso es tan importante el trabajo del historiador. Porque si bien esos pacientes no fueron identificados por Freud, los historiadores consiguieron descubrir sus identidades. Con frecuencia hicieron un verdadero trabajo de detective. El más espectacular fue el caso de Anna O. por parte del historiador Henri Ellenberger, que consiguió descubrir los documentos depositados en la clínica donde ella había sido internada. Gracias a ello se supo hasta qué punto había divergencias entre lo dicho por Freud y lo que constaba en esos documentos. Después de Ellenberger hubo un gran número de historiadores que consiguieron identificar a otros pacientes. De ese modo, fue posible reconstituir los hechos. Comprobamos entonces que las pretensiones terapéuticas de Freud eran completamente exageradas, que muchos de sus pacientes no estaban para nada de acuerdo con sus interpretaciones.

-¿Y por qué Freud habría hecho esto?

-Freud había inventado una teoría. Era un gran teórico, alguien que tenía un don excepcional para la especulación teórica. También tenía una confianza desmesurada en sus propias teorías. Para él, todo lo que pensaba era la verdad absoluta. A veces cambiaba de teoría; desde ese momento, la nueva teoría era la buena. Conociendo al personaje, estoy convencido de que estaba tan seguro de que tenía razón que cada vez que hallaba un obstáculo, pues... lo evitaba. Creo que ni siquiera era consciente de ello. Y hay algo más. Creo que una vez que Freud se transformó en esa especie de genio reconocido por todos, los pacientes se sentían tan impresionados que aceptaban todo lo que les decía. Si Freud decía: "Usted tiene una homosexualidad reprimida", ellos contestaban: "Claro, naturalmente". No se puede reducir toda esta cuestión a las mentiras de Freud; están sus mentiras, más profundamente, su autoconfianza absoluta, y también la respuesta de los pacientes.

-Se podría decir entonces que hubo manipulación, además de mentiras.

-Manipulación es una palabra fuerte, pero se produjo en algún caso. Por ejemplo, en el caso de Horace Frink, uno de los fundadores de la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York. La mayor parte del tiempo se trató de lo que, por entonces, se llamaba sugestión. Una sugestión medio intencional, medio inconsciente, que provocaba cierto tipo de respuesta en sus pacientes. Este es un proceso que se produce en todo encuentro psicoterapéutico. No es sólo el psicoanálisis el que se ve afectado por tal actitud. La sugestión, la colaboración entre el paciente y el terapeuta existe en toda terapia.

-¿Aun en las nuevas terapias de moda, por ejemplo las comportamentales?

-Estoy persuadido. La diferencia está en que en la mayor parte de las nuevas psicoterapias los terapeutas son conscientes de ello. Manipulan conscientemente; practican la sugestión conscientemente. Lo utilizan como un instrumento. Por el contrario, Freud no cesaba de decir: "No manipulo, no sugiero, sólo observo, todo esto es la verdad que yo, Freud, consigo extirpar de la mente de mis pacientes". Es muy diferente. Creo que ése es el problema del psicoanálisis: afirma cosas como si se tratara de verdades objetivas cuando sólo se trata de construcciones elaboradas mediante una interacción entre paciente y terapeuta.

-¿Para usted, entonces, la pulsión sexual no es el motor que determina el funcionamiento psíquico del hombre?

-Desde luego que no. Si usted me dice que la pulsión sexual es importante en el comportamiento humano, le contestaré que no hacía falta que llegara Freud para saberlo. Por el contrario, si usted me pregunta si la pulsión sexual tiene la importancia que Freud le dio, le responderé que no. Yo creo que todas sus teorías -el complejo de Edipo, el complejo de castración, el deseo fálico de las mujeres, el instinto de muerte, etcétera-, todo eso son puras construcciones hipotéticas, especulativas, muy interesantes, fascinantes quizá, pero que no tienen absolutamente ninguna base empírica o científica.

-Lo que usted dice es que el hombre moderno que todos conocemos -víctima del complejo de Edipo, de los recuerdos reprimidos, de las transferencias- nunca existió. Ese hombre que explican las universidades, los medios de comunicación y los consejeros matrimoniales, es otro.

-Así es. El hombre cambia en función de su época. No se puede decir que el hombre de la Edad Media era igual al hombre del siglo XVIII.

-¿O sea que la sociedad hace al hombre? ¿Por eso antes se hablaba de histeria y hoy se habla de estrés?

-Exactamente. Yo me defino como un constructivista. Esto quiere decir que, hasta que se pruebe lo contrario, toda teoría sobre las neurosis es una construcción social. Pienso que el psicoanálisis es otra de esas construcciones sociales. Por construcción social me refiero sobre todo a la interacción entre terapeuta y paciente. De esta manera, me parece normal que las teorías evolucionen con la sociedad y con la historia. Tampoco se encuentran las mismas teorías en los mismos países y en las mismas culturas. La gente tiene diferentes modos de tratar las "enfermedades del alma" y diferentes formas de caer enfermo. El psicoanálisis definió por cierto tiempo la forma en que la gente se enfermaba, manifestaba sus síntomas y buscaba la cura. Pero esto se ha terminado.

-¿Pero por qué razón el psicoanálisis se propagó como un reguero de pólvora por el mundo occidental?

-Si su pregunta quiere decir que la humanidad entera no puede haberse equivocado hasta ese punto, mi respuesta es sí, la humanidad se ha equivocado muchas veces en su historia. En cuanto a la razón de esa propagación, podríamos decir que, en sus comienzos, el psicoanálisis fascinó a la gente, que quería más libertad sexual. Eso fue señalado por grandes pensadores, como Marcuse, Fromm o Reichmann. También se puede decir que el psicoanálisis sirvió de reemplazo a las ideas religiosas de salvación eterna, que comenzaron a desaparecer a comienzos del siglo XX. Sin embargo, yo veo dos razones principales. La primera es que Freud era un genio de la propaganda. Consiguió convencer a la gente de que su terapia era la única capaz de curar en profundidad y que las demás eran totalmente superficiales. Digo pura propaganda pues no tenía ninguna prueba; tampoco obtenía mejores resultados que los demás. Freud consiguió, además, desprestigiar a sus pares, tratándolos de paranoicos, reprimidos sexuales, etcétera. Lo hizo a partir de 1913 con sus propios colegas y después con sus discípulos: Adler, Ferenczi, Jung y Rank. A cada crítica que se le hacía, la respuesta era: "Si usted no cree, es porque nunca se autoanalizó en un diván. Se trata de pura resistencia". Este método era absolutamente eficaz y sigue siendo válido en nuestros días; sus discípulos han conseguido mantener esas leyendas freudianas -como las llaman los historiadores críticos- secuestrando los documentos que contradecían la leyenda. Los mismos mecanismos se ponen en marcha cada vez que se critica el psicoanálisis.

-¿Cuál es la segunda razón?

-El otro mecanismo es aún más sorprendente. Al mismo tiempo que se mantienen intocables esas leyendas freudianas sobre su teoría y sus descubrimientos, los psicoanalistas son de una maleabilidad total. La teoría psicoanalítica no tiene, en el fondo, ninguna consistencia. Los psicoanalistas pueden leer en el inconsciente de sus pacientes cualquier cosa: todo y lo contrario. De este modo, se adaptan al medio social y cultural en el que viven.

-Por ejemplo?

-Cuando los psicoanalistas austríacos y alemanes se exiliaron en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, encontraron un país orientado hacia el empirismo, el positivismo, la psicología experimental. Entonces desarrollaron una suerte de adaptación del psicoanálisis freudiano (en la cual Freud jamás se hubiera reconocido). Por el contrario, en Europa, después de la guerra, alguien como el francés Jacques Lacan -que vivía en un país latino, donde el positivismo era mal visto y sólo se hablaba de existencialismo, de fenomenología y de dialéctica hegeliana- desarrolló otro tipo de psicoanálisis basado en Heidegger, Hegel, entre otros. De este modo, el psicoanálisis consigue instalarse en todas partes. Porque sólo es un recipiente vacío, una especie de parásito que se adapta a cualquier contexto. En la actualidad, han inventado el neuropsicoanálisis, es decir la alianza entre el psicoanálisis y las neurociencias. Ahora, los representantes freudianos dicen: "Freud fue uno de los fundadores de las neurociencias y nosotros podemos confirmarlo". Un absurdo, pero funciona.

-¿Cuáles son los países donde el psicoanálisis está en plena regresión?

-En los Estados Unidos el psicoanálisis está completamente tachado del mapa en los departamentos de psiquiatría y de psicología de todas las universidades. Curiosamente, sólo resiste en los departamentos de literatura, probablemente gracias a Lacan y a la admiración de los medios literarios estadounidenses por lo que llaman la french theory.

-Usted estudió a Lacan. ¿Se podría decir que era igual a Freud?

-No. Lacan no era un positivista ni un cientificista. Era un teórico que afirmaba cosas asegurando que las encontraba en Freud. Creo que era alguien que tenía una audacia a toda prueba, que decía cosas sorprendentes. Era también extraordinariamente cínico y manipulador.

-¿Cuáles son las nuevas terapias que están reemplazando en los Estados Unidos al psicoanálisis?

-Las terapias comportamentales y cognitivas. Sin demasiadas pretensiones, éstas se basan en los principios modestos, parciales, pero verificables, de la psicología científica.

-¿Por qué en Francia y en la Argentina el psicoanálisis mantiene su vigencia?

-Es curioso, Francia otorga el mismo crédito al psicoanálisis en este momento que los Estados Unidos en los años 50 y 60. Creo que esta fascinación se debe a Lacan, que, como le dije, es un buen ejemplo de ese camaleonismo. Su táctica fue increíblemente eficaz. La clase intelectual fue subyugada por Lacan. Prácticamente toda la generación del 68 pasó por el diván. Allí se formaron los jóvenes psiquiatras y analistas que hoy son figuras de la teoría y que monopolizan el poder intelectual en ese terreno. Esto explica la resistencia absoluta de Francia ante el resto del mundo.

-¿Y en la Argentina usted ve las mismas razones?

-Ustedes, tanto como Brasil, son países que, en el terreno de la ideología y las ciencias sociales, estuvieron muy cerca de Europa y de Francia durante gran parte del siglo XX. Hubiera sido sorprendente que, con vuestra cultura e historia, el psicoanálisis hubiese pasado inadvertido. Pero yo creo que la desaparición del psicoanálisis es inevitable. Las jóvenes generaciones de especialistas tienen otras exigencias desde el punto de vista científico. El avance extraordinario de las neurociencias demuestra cada día que, en el terreno de la psiquis, es posible lograr resultados sorprendentes y a muy corto plazo con otras terapias. En estas condiciones, Freud y sus teorías inverosímiles tienen los días contados.

Luisa Corradini
LA NACION / Buenos Aires 2005


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