La Libertad Creadora

miércoles, junio 28, 2006

HOMENAJE AL PRESIDENTE ARRTURO U ILLIA

El granadero que defendió a Illia

Por Andrés Bufali
Para LA NACION

En 1963, el radicalismo había ganado la elección presidencial con sólo el 25,1% de los votos. El peronismo había sido proscripto una vez más y tuvo que votar en blanco. Si le hubiera dado su caudal a cualquiera de los dos candidatos opositores a Illia, que eran Pedro Eugenio Aramburu y Oscar Alende, el radicalismo no hubiera triunfado. Illia llegó así a la presidencia de la Nación con una posición política tan endeble como la que había tenido Frondizi cinco años atrás.
Su única esperanza provenía del Ejército, que había prometido no dificultar su gobierno.
Onganía, el comandante en jefe, quería fuerzas armadas profesionales, no políticas; para eso había peleado como "azul" (nacionalista) contra "los colorados" y la Armada, las dos facciones liberales que querían gobernar contra los políticos y, especialmente, contra el peronismo.

El radicalismo desechó el apoyo que le ofrecieron Aramburu, Alende y el peronismo. Quería gobernar solo.
Planeaba también, de a poco, reincorporar oficiales "colorados" retirados o dados de baja, con quienes tenía contacto fluido desde la presidencia de Frondizi.
Pero Onganía no admitiría la reincorporación de sus rivales en el Ejército, y no permitiría la política en las filas militares.

A fines de 1965 renunció el coronel Avalos, secretario de Guerra. Facundo Suárez, el ministro de Defensa, le propuso a Onganía la designación del general Castro Sánchez. Onganía no la aceptó y renunció.
Lo reemplazó el general Pascual Pistarini.
El general Julio Alsogaray (hermano de Alvaro y padre de un futuro guerrillero), apenas asumió Pistarini, le pidió a un conocido periodista que preparara el primer decreto que sancionaría la Junta Militar cuando se derrocara al gobierno constitucional.


* * *

El lunes 13 de febrero de 1826, los porteños se quedan con la boca abierta ante una espectral aparición. Llegan, diezmados y en harapos, los granaderos de San Martín, los que han liberado toda la América del Sur, los que han combatido en 110 batallas, los que han sufrido hambre, frío, sed, miedo y pesadillas. Nadie ha ido a esperarlos. No hay una formación especial que salude a los héroes. El regimiento quedará en el olvido hasta 1903, cuando se dispuso su nueva creación, ordenándose que sus granaderos debían tomar la derecha en todas las formaciones del Ejército argentino y ser la custodia de todos los presidentes.
* * *


Llega el fatídico lunes 27 de junio de 1966.
Poco antes de las 20, los comunicados militares inundaron las radios y los canales. En la mañana de ese lunes comenzó el golpe a Illia.
El general Mario Fonseca le informó al jefe de la Policía Federal que estaba relevado de su cargo.
Los militares se apoderaron de los medios de comunicación.
El próximo objetivo era la Casa Rosada. El ministro de Defensa, general Castro Sánchez, le informó al presidente de la Nación que no contaba con fuerzas leales. Y las tropas del Ejército avanzaron para ocupar la Casa de Gobierno.

El día del golpe, el jefe de guardia en la Casa Rosada era el teniente granadero Aliberto Rodrigáñez Ricchieri, un hombre de baja estatura. Tenía entonces 24 años, era soltero y su pasión era la música clásica, que oía frecuentemente en el Teatro Colón. Su tatarabuelo paterno había integrado el Ejército de los Andes y murió en acción, siendo su caballo el único que regresó vivo de los miles que salieron desde Mendoza y cruzaron la cordillera; por la rama materna, estaba emparentado con el teniente general Pablo Ricchieri, nacido en San Lorenzo, que fue ministro de Guerra de Julio Argentino Roca, artífice de la organización del Ejército y el hombre que hizo recrear el Regimiento de Granaderos, en mayo de 1903.

Cuando Rodrigáñez Ricchieri advirtió que había tropas del Ejército que se le venían encima. Tenía apenas treinta granaderos armados con sable corvo, fusiles y dos ametralladoras, pero no vaciló. Hizo colocar las ametralladoras en posición y ordenó cerrar las puertas de la Casa de Gobierno. También le avisó al jefe de la tropa que avanzaba que abriría el fuego si no se detenía. Los sitiadores se miraron entre sí. Uno dijo: "¡Ese teniente de Granaderos está loco! ¡Treinta hombres contra todo el Ejército!"

El general Alsogaray telefoneó al coronel Marcelo de Elía, el jefe de Granaderos, que era amigo suyo y había compartido con él cuatro años de prisión en el penal de Rawson por decisión de Perón.
El coronel le dijo al general que tenía razón, que el teniente estaba loco, pero que también estaba cumpliendo con su deber, con la tradición del regimiento, y que iba a defender al presidente de la Nación hasta el último cartucho y luego con los sables.
Aún más: le aclaró que aunque la resistencia fuera inútil, no sólo no iba a ordenarle al teniente que se rindiera, sino que también él mismo, el propio coronel, marcharía en auxilio del teniente apenas sonara el primer disparo.
Alsogaray se quedó mudo.
Sabía que ordenar el ataque sería una masacre de granaderos y civiles que resultaría contraproducente. Entonces ordenó suspender las operaciones.

Dentro de la Casa Rosada, en tanto, el brigadier Pío Otero, jefe de la Casa Militar de la Presidencia de la Nación, intentó convencer al doctor Illia de que renunciara. Le señaló que igual sería tomada la sede gubernamental, pero con treinta muertos.
El presidente radical sólo aceptó que se fuera el personal administrativo.
Otero habló con el general Alsogaray.
Le pidió que por nada se contestara con fuego a un balazo que saliera de la Casa Rosada, que él intentaría convencer a otros personajes radicales de que hicieran razonar a Illia.
Cuando Otero volvió, Ricardo Balbín y Carlos Perette ya no estaban.
Alrededor del Presidente, jóvenes radicales habían llenado su despacho. De pronto, Illia fue hacia el dormitorio presidencial.
Todos coincidieron en un pensamiento: "¡Como Alem, se va a pegar un tiro!" Con emoción, comenzaron a cantar el Himno.
Illia le pidió su arma al edecán militar, pero éste se la negó y le dijo: "Señor, mi primer deber es interponerme entre el presidente de la Nación y la muerte.

El general Alsogaray, descendiente de un héroe de la Vuelta de Obligado, sintió que el Ejército se estaba hundiendo en el ridículo.
Y le dijo al brigadier Otero que iría personalmente a pedirle la renuncia a Illia. Otero le hizo notar que eso era peligroso, que muchos jóvenes radicales estaban armados.
Alsogaray replicó que era un riesgo que debía afrontar. Antes de entrar al despacho presidencial, le ordenó la rendición al teniente Rodrigáñez Ricchieri. Este respondió: "Lo siento, mi general. Mi obligación es defender al presidente de la Nación."
Alsogaray entró en el despacho presidencial y le exigió la renuncia al Presidente. Illia no le contestó y el general se retiró.
Tras mucho hablar, el brigadier Otero logró al fin convencer al Presidente de que relevara a los granaderos de la suicida misión de defenderlo.
Illia aceptó. Otero se apresuró a comunicarle la decisión a Rodrigáñez Ricchieri. Luego, informó al general Alsogaray que no habría resistencia militar.

A la madrugada del 28 de junio de 1966, el coronel Luis César Perlinger -que en la década siguiente asesoraría a guerrilleros y sufriría prisión por ello- fue elegido para dirigir la evacuación de la Casa Rosada.
Integrantes de la Guardia de Infantería recibieron la orden de desalojar, pero sin tocar al Presidente, que no había renunciado.
Esos policías rodearon a los jóvenes radicales que habían hecho un cerco alrededor de Illia, y los fueron llevando hacia la salida.

Illia despreció el coche presidencial y también rechazó un auto oficial. A cambio, detuvo un taxi que pasaba. Tanto su conductor como todos los que miraban la escena se quedaron estupefactos. El presidente constitucional recién derrocado subió al taxi y desapareció entre las sombras de esa triste madrugada.

Años después, muchos de los argentinos que no defendieron a Illia en aquel crucial momento tiraron flores y lloraron ante el paso de su cortejo.

En 1988, Rodrigáñez Richieri pidió el retiro siendo coronel del Ejército y un eximio ejecutante de violín.


El último libro del autor es Secretos presidenciales.

sábado, junio 24, 2006

UN DERECHO SINGULAR: VIVIR EN UN PAIS RICO

Con iguales razones podría exigirse vivir en propiedades mas adecuadas en paises menos desarrollados sin emigrar de sus orígenes


.El derecho a vivir en cualquier lugar del mundo.

Representantes de 86 países han participado desde el jueves en el II Foro Mundial de las Migraciones celebrado en Rivas Vaciamadrid

Pasacalles chino con motivo el II Foro Social Mundial de las Migraciones, que hoy ,17 de junio de 2006, ha finalizado sus trabajos en Rivas Vaciamadrid. (EFE) ampliar
Los países del primer mundo han puesto de manifiesto su preocupación por el creciente aumento de oleadas migratorias; con este marco de fondo, en el que los gobernantes buscan fórmulas para frenar la llegada de inmigrantes ilegales, se ha desarrollado el II Foro Mundial de las Migraciones, con una petición que hace referencia a la ciudadanía universal y el derecho de cualquier persona a establecerse donde desee.
El encuentro, que llega hoy a su fin, se ha celebrado en la localidad madrileña de Rivas Vaciamadrid, con la asistencia de 1.800 delegados procedentes de 86 países.
Es la primera vez que esta iniciativa, enmarcada en el Foro Mundial Social de Porto Alegre, sale fuera de Brasil.
Desde el jueves pasado, se han celebrado discusiones, talleres y ponencias, todas centradas en los movimientos migratorios.
Los participantes en el Foro han puesto de manifiesto la responsabilidad que tienen los países ricos y la necesidad de que sus gobernantes se comprometan a la adopción de medidas urgentes.
De hecho, aunque las migraciones no son nuevas en la historia de la humanidad, las características de los movimientos de personas que afectan hoy en día son producto de un sistema neoliberal y capitalista, "incapaz de satisfacer los derechos humanos y los derechos de los emigrantes", según ha manifestado Enrique de Santiago, coordinador del comité Internacional del Foro reunido en Rivas.
Entre las propuestas desarrolladas después de tres días de discusiones, el Foro propone una declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los inmigrantes, "algo que, hasta hoy, no ha firmado ningún país rico".
También se ha hablado de otros problemas como la explotación sexual o la vulneración de derechos económicos y sociales que en muchas ocasiones van de la mano de la inmigración.
Ciudadanos pobres de Estados ricos
Tras mostrar su satisfacción por el desarrollo del foro madrileño, Aminata Traoré, ex ministra de cultura de Malí y presidenta del Foro Social de África 2006, ha expresado su deseo de que iniciativas similares se desarrollen en los países de los que parten los inmigrantes, “para presionar a nuestros gobiernos, más pendientes de satisfacer los intereses de Europa, a través del FMI y el Banco Mundial”.

Traoré ha explicado la paradoja de que los inmigrantes que llegan del sur son “ciudadanos pobres de Estados ricos”.
Además, ha criticado el hecho de que Europa sea más tolerante con los inmigrantes que llegan de los países del Este “porque son blancos, o de América Latina, por similitudes culturales”.
Según la representante africana, cuando se habla de controlar la inmigración “se habla siempre de los que vienen del sur” que son menos de que los que llegan en avión.
Además de numerosos participantes anónimos y hasta 1.800 representantes de 87 países de todos los continentes, han pasado por el Foro la camboyana Somaly Mam, premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional; Gabriela Rodríguez Pizarro, ex relatora de Naciones Unidas para los derechos humanos de los inmigrantes y el sociólogo suizo Jean Ziegler.

sábado, junio 17, 2006

EL FANATISMO RELIGIOSO INVADE TAMBIEN EUROPA

Una muchacha para los tigres
Por Mario Vargas Llosa Para LA NACION

El 2 de noviembre de 2004, Mohamed Bouyeri, un fanático islamista de 26 años asesinó a balazos, en Holanda, al cineasta Theo Van Gogh. Luego de matarlo le clavó en el estómago con su cuchillo un mensaje con amenazas a Ayaan Hirsi Ali, la joven somalí, nacionalizada holandesa, que había escrito el guión de un corto cinematográfico, Sumisión , dirigido por Van Gogh, sobre las violencias físicas y psicológicas que padece la mujer en las sociedades sometidas a las prácticas coránicas.

En su poema, el asesino profetizaba que Ayaan Hirsi Ali, "herética" y "vendida a los judíos", pagaría, tarde o temprano, sus impiedades contra la religión de sus mayores.
La venganza de los fanáticos contra la parlamentaria y activista holandesa-somalí, de 37 años, que desde hace un par de lustros lucha de manera denodada por los derechos de las mujeres musulmanas, ha comenzado a hacerse realidad por medio de la inesperada mediación de Rita Verdonk, la ministra de Inmigración de Holanda, una señora de ceño fruncido y mandíbula cuadrada y, para colmo, miembro del Partido Liberal al que pertenece Hirsi Ali, que, alegando que ésta había falseado su testimonio al pedir su naturalización, la despojó de la nacionalidad holandesa.
Hirsi Ali debió renunciar a su escaño parlamentario.
Esta medida había sido precedida por otra, no menos repelente y cruel contra Ayaan Hirsi Ali: el fallo favorable de un juez amparando a los vecinos de la ex diputada, quienes exigían que ésta abandonara el piso donde vivía en Amsterdam, pues se sentían inseguros, debido a la posibilidad de que los islamistas que han jurado matarla bombardearan o incendiaran el edificio.
Aunque la decisión de la ministra Verdonk provocó una tempestad de críticas en toda Europa y en los círculos políticos de la propia Holanda, lo que ha obligado a aquella a anunciar que daba un plazo de seis semanas a Hirsi Ali para presentar sus descargos contra la medida que la priva de la nacionalidad, las encuestas indican que un 80% de los holandeses respaldan a la señora Verdonk "por su firmeza".
Con la misma claridad con que, en otras ocasiones, he aplaudido a Holanda por las reformas que ha sido un país pionero en llevar a la práctica -la eutanasia, la discriminalización de las drogas y el matrimonio gay- dejo sentada mi desilusión por esta rendición vergonzosa del gobierno y la opinión pública de un país democrático ante el chantaje del fanatismo terrorista.
En los últimos tiempos, el coraje moral y la integridad cívica parecen haber sufrido una merma brutal en el país de los tulipanes. El pretexto que esgrimió la ministra Rita Verdonk para retirarle la nacionalidad a Ayaan Hirsi Ali es que ésta había mentido al llegar a Holanda y solicitar el estatuto de refugiada: falsificó su nombre y dijo haber venido directamente de Somalia cuando, en verdad, había estado antes en Etiopía, Kenya y Alemania.
Lo inmoral del asunto es que estas mentiras eran de dominio público en Holanda desde hacía tiempo, pues la propia Ayaan Hirsi Ali se había encargado de revelarlo durante la campaña electoral en que fue elegida diputada, y en artículos y entrevistas en los que ha explicado cómo, al igual que ella, es frecuente que los inmigrantes que proceden de países donde por razones religiosas, políticas o económicas llevan una vida de infierno, se valgan de cualquier argucia, incluido el falso testimonio, para ser aceptados en las sociedades europeas.
¿Por qué sólo ahora decidió la señora Verdonk proceder al respecto? ¿Acaso porque, considerando la voluntad de apaciguamiento frente al terror que parece haberse apoderado de buen número de sus compatriotas, consideró que esta medida la favorecería en su campaña para ser elegida presidenta del Partido Liberal?
En todo caso, lo ocurrido es una gran victoria para los fundamentalistas musulmanes que, como hizo Mohamed Bouyeri con Theo Van Gogh, soñaban con despanzurrar a cuchilladas a una mujer que, con una valentía tan grande como su lucidez y sus convicciones democráticas, los combatía sin tregua, denunciando su anacronismo y su ceguera y los infinitos sufrimientos y atrocidades que su fanatismo inflige a sus víctimas más indefensas: las mujeres musulmanas.
A quienes quieren hacerse una idea de la resolución con que Ayaan Hirsi Ali se enfrenta al terrorismo islámico y la libertad con que opina, recomiendo la colección de ensayos, entrevistas y artículos que se ha publicado recientemente en español: Yo acuso (Galaxia Gutemberg).

Ayaan Hirsi Ali nació en Somalia, hija de un dirigente político opositor al dictador Mohamed Siad Barre, que se vio obligado a refugiarse en Kenya. Allí, la niña recibió una estricta educación musulmana y su propia abuela la sometió a la brutal ablación del clítoris y la extracción de los labios vaginales con que se pretende "desexualizar" a las creyentes y garantizar su virginidad.
Huyó de su casa cuando su padre concertó para ella un matrimonio con un pariente canadiense al que Ayaan no había visto jamás. Se refugió en Holanda, donde aprendió el holandés y trabajó como traductora e intérprete en las casas de acogida para inmigrantes.
Desde entonces comenzó a desarrollar una intensa y arriesgada labor, exhortando a las mujeres musulmanas a reclamar sus derechos y a emanciparse de la discriminación, las humillaciones, las violencias físicas y sexuales, y el encierro y la ignorancia a que se hallaban condenadas por creencias y prácticas tribales de hace siglos, que el fanatismo pretendía preservar en pleno siglo XXI en el corazón del occidente democrático.
El guión que escribió para Theo Van Gogh formó parte de esta campaña que hizo de Ayaan Hirsi Ali un personaje popular, adorado y odiado a la vez, y que la puso en el punto de mira del terrorismo islámico.
Desde hacía años vivía protegida por escoltas.
Nada de eso parecía aterrorizarla ni hacerla ceder lo más mínimo en su empeño.
El año pasado la conocí, en un encuentro en Amsterdam, y me impresionó la tranquila serenidad y la inteligencia con que esta bella muchacha (parece aún más joven de lo que es) criticaba a los políticos e intelectuales europeos que, en nombre del multiculturalismo, se abstenían de criticar las prácticas bárbaras del islam contra la mujer, como si las víctimas del fanatismo debieran sentirse solidarias de una fe y una creencia que constituían su "identidad cultural".
En la breve charla que tuvimos le agradecí que hubiera expresado con tanta coherencia y de manera tan persuasiva lo que yo siempre he creído: que toda "identidad" colectiva -nacionalista, racista, cultural o religiosa- no es otra cosa que un campo de concentración donde desaparecen la soberanía y la libertad de los individuos.
Y que recordara a los europeos lo privilegiados que son de vivir en sociedades abiertas, donde, en principio, se respetan los derechos humanos y los hombres no pueden tratar a las mujeres como esclavas, so pena de ir a la cárcel.
El caso de esta luchadora somalí no es el único pero sí uno de los más admirables de personas del Tercer Mundo que parecen entender mejor, y defender con más convicción y brío, lo más valioso que ha dado al mundo la cultura occidental.
Como Ayaan Hirsi Ali, en vista de la impaciencia con que tantos intimidados holandeses parecen querer librarse de ella, ha anunciado que se mudará a los Estados Unidos, donde una fundación le ha ofrecido refugio, ahora no sólo los inquisidores islamistas, también algunos escribidores occidentales la acusan ya de haberse vendido al imperialismo, acusaciones en las que es difícil discernir qué prevalece: si la estupidez, la vileza, o ambas cosas.
No es esta justiciera somalí la que pierde, aunque salga derrotada de esta batalla.
Es Holanda.
Ha dado un espectáculo deprimente y lamentable, de pequeñez moral, de politiquería hipócrita, de deshonor y cobardía.
Parece mentira que en el país donde padeció su martirio Ana Frank todavía no haya quedado claro que no se amansa a los tigres echándoles carnes frescas e inocentes y mandándoles besos volados: esto, más bien, les atiza el apetito y les afila los colmillos y las garras.